De repente, las calles de las grandes ciudades, sobre todo Madrid, se han llenado de banderolas con la cara de Soraya Sáenz de Santamaría. Ya ha comenzado la campaña electoral y el tema no tendría mayor importancia si no fuera por el pequeño detalle de que ella no es la candidata del PP a la presidencia del Gobierno. Y su cara, en las farolas, hace competencia a la de Mariano Rajoy. Es, además, la competencia de la juventud, de la «modernidad» de una mujer con poder.
Si a eso le sumamos que también va a sustituir a Rajoy en el único debate a cuatro que se va a celebrar antes del 20D, parece claro que la estrategia electoral del PP pasa por ofrecer una cara joven frente a los dos líderes emergentes que utilizan su edad como argumento frente a la «vieja política».
Más que nunca, esta campaña, tan reñida según todas las encuestas, está diseñada al milímetro para seducir a esa enorme multitud de indecisos (por encima del 40%) al que sin embargo se le va a hablar poco o nada de propuestas electorales. Tanto el PP, que mintió escandalosamente hace cuatro años ofreciendo lo que sabía que no iba a cumplir, como Pablo Iglesias y Podemos, que han ido adecuando su programa a la realidad posible, saben que ya no valen las palabras huecas y que la ciudadanía, harta de populismos y demagogia, exige que lo que se propone se cumpla. Por eso nadie quiere pillarse los dedos y se prefiere un paseo por los platós en horas de máxima audiencia para hablar de banalidades.
Las urnas dirán si esta otra forma de marear al personal cuela en la opinión pública o no. De momento, lo que sí parece es un menosprecio a la inteligencia de los votantes a quienes, una vez más, se trata como a menores de edad.
Un indeciso no tiene por qué ser un despegado de la política ni un ignorante, como parecen pensar los diseñadores de campañas. Puede ser un elector bien informado que sopesa hasta el último momento las posibilidades de pacto entre las distintas fuerzas políticas. A ese no se le convence haciéndose el cocinitas con Bertín Osborne.
Ahí es donde entra en juego Soraya, quien, después de bailar, escalar, subir en globo y sobrevivir a experiencias de riesgo, se prepara el debate con los cuatro compañeros de generación como si fuera una sesión de control en el Congreso.
Si sale airosa consolidará su opción como sucesora y, a pesar de que guarda silencio cuando se le pregunta por su futuro, ya hay sectores, incluso en el PP, que la ven como «sustituta» si, para lograr un pacto, se exigiera la cabeza de Rajoy. Tiempo al tiempo.
Victoria Lafora