No son estas unas elecciones cualquiera. No lo son porque largos años de profunda crisis económica han acabado poniendo en cuestión no solo el modelo de crecimiento, sino la propia arquitectura institucional desarrollada bajo el paraguas de la Constitución de 1978. Y no lo son porque todo parece indicar que se avecinan grandes cambios tras el 20-D, desde un nuevo esquema de partidos hasta la apertura del melón constitucional. Palabras mayores.
Uno de los grandes cambios que se avecinan el 20-D es el reparto de poder en la derecha española. Pero frente a lo que muchos pudieran pensar, esto no le va a restar competitividad electoral. Todo lo contrario.
En un escenario de bipartidismo imperfecto como el vigente hasta ahora, la concentración de todo el voto de la derecha en el Partido Popular le había permitido cosechar enormes resultados con una mayor facilidad que al PSOE, a quien sin duda ha penalizado la fragmentación del espectro de izquierdas y la mayor elasticidad –o falta de fidelidad– de un electorado con mayor oferta en el escaparate electoral.
Baste revisar, sin ir más lejos, los resultados de las dos últimas elecciones generales
En el año 2008, el PSOE necesitó concentrar el 43,87% de los votos para lograr 167 escaños, el 47,71% de los asientos en liza. En el año 2011, el Partido Popular con el 44,63% obtuvo la mayoría absoluta con 186 escaños. Es decir, el 44,63% de los votos le bastó para alzarse con el 53,14% de los diputados.
Con todo, lo que apuntan encuestas de distintos estudios de opinión y especialmente la macroencuesta del CIS, es que la ampliación de la oferta en la derecha española, lejos de penalizarla, le está permitiendo ampliar su electorado potencial y, por tanto, sus opciones de gobierno.
Si el 20-D se diera una situación como la descrita por el CIS, las dos opciones de derechas –Partido Popular y Ciudadanos– superarían los resultados cosechados por el PP en solitario hace cuatro años para alcanzar un 47,6% de los votos y sumar entre 183 y 194 escaños. Entre el 52,29% y el 55,43% de los diputados en liza. Redondeando, entre un 5 y un 8% más de diputados que los que le corresponderían por el porcentaje de voto obtenido. Más derechas, más derecha.
El surgimiento en la izquierda de un nuevo actor como Podemos, sin embargo, no la estaría haciendo más competitiva, sino incluso menos. En el escenario dibujado por el CIS, las tres fuerzas que compiten en la izquierda sumarían en el mejor de los casos el mismo porcentaje de escaños que de voto. En el peor, casi cinco puntos menos de escaños que de votos. Más izquierdas, menos izquierda.
Todo lo cual vendría a demostrar varias cosas: primera, que la mejor carta de presentación y la mejor estrategia de crecimiento posible se la entregado Mariano Rajoy a Albert Rivera en bandeja de plata al no hacer coincidir las elecciones catalanas con las generales; segunda, que el trabajo de descrédito del bipartidismo realizado por Podemos ha tenido como mayor beneficiario a Ciudadanos y, por tanto, el refuerzo de las opciones de poder de la derecha; y tercera, que comprobada la incapacidad de Podemos para atraer votantes ideológicamente situados en el centro la única posibilidad de que haya un gobierno de progreso en España pasa por que el PSOE sea capaz de obtener un porcentaje de apoyo similar al de hace cuatro años.
Por si alguien tiene dudas al respecto, fíjense las estrategias seguidas por unos y otros
Consciente de la cuña abierta por Ciudadanos en su electorado, especialmente en las zonas urbanas, el Partido Popular ha decidido que su única posibilidad de ganar las elecciones pasa por intentar retener el máximo de su electorado más envejecido y de poblaciones más pequeñas, con Rajoy jugando al dominó o dando mítines sobre bancos, mientras saca a pasear a la vicetodo bien en persona –el debate de Antena 3–, bien en efigie –los carteles en Madrid, casi nada– en un intento de ocultar a Rajoy y dar una imagen de falsa renovación.
En cuanto a Ciudadanos, sin descuidar las atenciones al electorado tradicional del PP, el partido de Rivera está dedicando toda su artillería a abrir cuña en el electorado más templado del PSOE, intentando ensanchar así el espacio natural del centroderecha.
En cuanto a Podemos, como si de una nueva versión de la pinza de los años 90 se tratara, tras haber absorbido todo lo que podía absorber en el electorado de Izquierda Unida, se ha dedicado a trasladar una imagen de supuesta moderación –el cielo ha dejado de tomarse por asalto– con la que seducir al electorado desencantado del PSOE con constantes guiños a la hasta no hace tanto tan por ellos denostada socialdemocracia.
En esta tesitura, el PSOE trata de defenderse con uñas y dientes en un espacio, el centroizquierda, asediado en sus dos extremos. Tras un largo período de autocrítica o, mejor dicho, de depresión y alienación, en el que dejó que sus adversarios le impusieran el análisis de sus propia acción de gobierno, el Partido Socialista parece haber empezado a reivindicarse, no solo en sus logros de gobierno con Felipe González, sino también con José Luis Rodríguez Zapatero, tan denostado en los últimos cuatro años por propios y extraños y, sin embargo, tan reivindicado en sus políticas: ¿qué si no reivindican quienes reivindican la derogación de la reforma laboral, o la reversión de los recortes educativos y sanitarios, o el restablecimiento de la ley de la dependencia, o la eliminación de la subida del IVA cultural…? ¿Qué si no defienden quienes defienden la ley del aborto, o los avances en materia de igualdad, o la derrota del terrorismo, o la retirada de las tropas de Irak en su apuesta por la paz…? La cuestión es si los votantes preferirán el original a las copias y si esta reivindicación de los propios logros llega en tiempo y a tiempo.
La respuesta, en apenas dos semanas.
José Blanco