Ayer en la cafetería donde suelo tomar café una camarera se quejaba de lo rápido que pasa el tiempo con estas palabras: hace apenas unas semanas vivíamos pendientes de lo que sucedía en Cataluña, hoy de qué sorpresas nos depararan las urnas el 20D, y apenas unas horas después celebraremos las navidades como si nada estuviera pasando. Lo decía con pena, con nostalgia pese a su juventud.
Fue ese broche final el que me hizo reflexionar sobre los cambios que se están produciendo en nuestro país sin que apenas nos demos cuenta. Si hace un año alguien nos llega a decir que tres jóvenes Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias traerían en jaque al gobierno de Rajoy, hasta el punto de que puede perder la mayoría absoluta, hubiéramos pensado que estaban locos. Y sin embargo, aquí estamos devorando las tertulias políticas, los debates entre los distintos candidatos a suceder al actual presidente, sentados frente al televisor con la esperanza de que alguno de los contendientes diga algo que nos haga salir de nuestro letargo, de esa apatía e indiferencia que se había apoderado de tantos y tantos ciudadanos después de ver cómo en los últimos años los políticos, algunos no todos, hablan y hablan de las grandes cifras, de la bajada del desempleo, de la recuperación, sin ni siquiera volver la vista a esos millones de españoles que viven en la pobreza, que cada día tienen que acudir a los bancos de alimentos, a sus parroquias, a las ONG para dar de comer a sus hijos, o vivir con la pensión del abuelo porque se les han terminado las ayudas del Estado.
Mucho se habla del porcentaje de escaños que puede perder el PP o el PSOE, de los que pueden ganar Ciudadanos o Podemos, poco nada o casi nada del número de indecisos que alcanza casi el 40%. Una cifra que puede variar los resultados finales dependiendo de la papeleta que cojan, lo que agrega a estas elecciones un plus de incertidumbre grande, de ahí que todos y cada uno de ellos acaparen la parrilla de las distintas cadenas de televisión. De tal manera que es difícil encender la pequeña pantalla y no ver a Sánchez en la plaza de Callao arengando a los suyos, y alertándoles de los peligros de dispersar su voto, a Rivera en un Hotel de Málaga lleno a rebosar, a Podemos paseando por calles y plazas porque es ahí donde están la mayor parte de sus votantes, y a Rajoy besando a ancianas, dando collejas a los chavales, sonriendo y prometiendo el oro y el moro, pero sin explicar las razones por las que no acudió al debate de Atresmedia, siendo como es el que más explicaciones tiene que dar, ya que a él le ha tocado gobernar en una de las legislaturas más difíciles de la democracia.
Que después del 20D el país va a cambiar de piel no lo duda nadie sea cuál sea el resultado final o el color en el que milite. Lo que hay que pedir a todos los partidos en liza es que el cambio se lleve a cabo con normalidad, pactando los grandes temas: la Sanidad, la Educación, la Violencia de género, la Ley de dependencia, la financiación de las Comunidades, la corrupción, la pensiones, las ayudas al desempleo, etc. etc. Ya sabemos que no es fácil, pero es lo que demandan los nuevos tiempos, porque de no hacerlo perderían una ocasión de oro, los ciudadanos también, porque son muchas las ilusiones que se han puesto en los partidos emergentes pero también en los más añejos, que deberán cambiar el chip, esa imagen encorsetada y prepotente que les ha impedido pisar la calle, hablar con la gente, escuchar sus problemas y necesidades.
Rosa Villacastín