miércoles, septiembre 25, 2024
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Deprisa, deprisa

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Es un sinvivir, esta campaña electoral rebasa todos los records. Hasta ahora dos partidos luchaban a brazo partido por subir al podio de los ganadores, pero ahora son cuatro y nos tienen a los españoles sin aliento. Cuando aún no se ha asimilado una noticia de las que ocupan la primera plana, aparece una segunda que convierte en nada la primera. Y aparece al poco una tercera, aguarda la cuarta, un nuevo caso de corrupción o una declaración fuera de tono provoca la quinta. La campaña transcurre deprisa deprisa, tanto que no hay tiempo de analizar en profundidad las consecuencias de lo que ocurre, desde  las propuestas de imposible cumplimiento, hasta los datos falseados, las acusaciones intemperantes, los juramentos de los dirigentes sobre cuáles son los partidos a los que jamás prestarían sus votos, o los vídeos o supuestas iniciativas ingeniosas que se sacan de la manga unas juventudes que mejor harían desapareciendo del mapa. Ni las del PP ni las del PSOE hacen favores a sus respectivos partidos. Al contrario, suelen provocar vergüenza ajena.

Lunes y martes fueron días en los que solo se habló del cara a cara entre Rajoy y Sánchez, miércoles y jueves solo del puñetazo recibido por Rajoy en Pontevedra. Es impredecible hacer pronósticos sobre cómo acabará este viernes, a la vista de la rapidez con que se producen los acontecimientos.

A Sánchez se le ha criticado sobre todo por llamar indecente a Rajoy en el debate que mantuvieron

A Sánchez se le ha criticado sobre todo por llamar indecente a Rajoy en el debate que mantuvieron, pero son (somos) multitud los que consideramos mucho más grave la falta absoluta de educación al interrumpir constantemente a su interlocutor. Formaba parte de la estrategia, evidentemente, pero quien tiene que recurrir a esa triquiñuela que es habitual en las tertulias televisivas que se apuntan al  espectáculo -quedan pocas que puedan llamarse realmente tertulias-, da pistas sobre su escasa enjundia política.

Rajoy por su parte no estuvo muy acertado en su forma de llevar el debate. Ni supo detener la verborrea incontrolable de Sánchez ni supo tampoco responder sus acusaciones. No lo tenía fácil porque el dirigente socialista no daba respiro, era imposible “colocar” una frase ante aquella incontinencia verbal. Pero además no es Rajoy de los que se arremanga para lanzar dardos contra el que le ataca. A estas alturas de la película no hay español que no haya comprendido ya que a Rajoy nadie le rompe el guión, se mantiene en el sitio en el que cree que se debe mantener, y no hay Moragas, Arriola o Martínez Castro que le puedan convencer de que tiene que pasar a la ofensiva. No sería él. Para bien o para mal. Un periodista que no es precisamente afín al presidente o al PP, comentaba sin embargo que su forma de ser, su actitud de no romper un plato, no le había ido tan mal. Ponía el ejemplo de Cataluña, donde los independentistas van de capa caída ante un Rajoy que se ha quedado quieto parado y solo ha intervenido cuando daban pasos ilegales. No antes.

El cara a cara pasó al olvido en cuanto se produjo el incidente de Pontevedra. Y al sabor amargo del enfrentamiento entre un presidente falto de nervio y un líder de la oposición decepcionante por  su falta de rigor y constantes interrupciones -es una opinión- se ha contrapuesto un Rajoy que reaccionó como un señor ante la agresión, con serenidad y sin rencores, y unos dirigentes de la oposición que, sin fisuras, condenaron  el ataque al presidente y le expresaron su respeto públicamente. Incluso su afecto.

Situación que ha servido para reconciliarse  con la clase política, que tan pocos motivos da  para enorgullecerse.  Sin embargo, la mayoría de los que se dedican a ese oficio  lo hacen con generosidad, afán de servicio a los demás y respeto a los adversarios. Pero solo son noticia los corruptos y los que rompen las reglas de juego.

Las elecciones de este domingo no son un juego. Aunque hay quien cree que hay que votar  al más simpático de los candidatos, al que mejor se expresa, al que dice lo que los ciudadanos quieren oír, lo que se elige es a la persona que gobernará este país los próximos cuatro años. Casi nada.

 

Pilar Cernuda

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