martes, septiembre 24, 2024
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Las últimas encuestas publicadas antes de los comicios del 20 de diciembre auguran que los grandes perdedores de las elecciones del domingo, 20 de diciembre de 2015, serán el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español.

Ciertamente, según los sondeos el PP obtendría una amarga victoria, con una horquilla de escaños que iría desde los 103 a los 128, lo que le situaría muy lejos de la mayoría absoluta que necesita para formar gobierno. Con estos resultados, se vería obligado a desarrollar un difícil ejercicio de flexibilidad y de diálogo con el resto de fuerzas políticas, para lo cual el partido del gobierno no está nada entrenado, acostumbrado al cómodo rodillo de las mayorías absolutas, a los sordos encierros de Rajoy en el Coto de Doñana, y a los indeseables cordones sanitarios a los que le ha ido sometido tradicionalmente la izquierda, en todas sus variantes y manifestaciones.

No ha hecho siquiera un ejercicio cosmético de renovación

El PP, acuciado por los escándalos de corrupción y por los comportamientos impropios de muchos de sus dirigentes, no ha hecho siquiera un ejercicio cosmético de renovación. Rajoy, el candidato, representa hoy la sombra de la corrupción en su misma persona, en sus propias carnes. Los papeles de Bárcenas, en los que figura el hoy presidente como supuesto receptor de sobres de dinero negro, y sus correos electrónicos pidiendo aguante al tesorero preso, no son puras anécdotas, sino hechos gravísimos que en cualquier país de Europa habrían supuesto la dimisión inmediata del presidente.

El segundo puesto en número de escaños sería, según los últimos estudios de opinión dados a conocer, para el PSOE, que obtendría entre 76 y 94 diputados, lo que significa una debacle monumental para los socialistas y para su líder, Pedro Sánchez, quien no consigue consolidar su liderazgo ni remontar la caída imparable de su partido, tan afectado por la corrupción sistemática y organizada como el propio PP. La entrada de Sánchez en la Secretaría General del Partido Socialista no ha servido para restablecer la imagen pública de esta fuerza política centenaria, que tiene a sus ex-presidentes, Chaves y Griñán, enjuiciados por corrupción, junto con un sin fin de altos cargos y conocidos dirigentes socialistas, en el mayor escándalo de desviación fraudulenta de dinero público, en estrictos términos cuantitativos, de la historia de la democracia española.

Los sondeos muestran, en suma, que el bipartidismo ha llegado a su fin. Y esa es la gran novedad de estas emocionantes elecciones generales, que vaticinan la entrada por la puerta grande del Congreso de los Diputados de Ciudadanos, con una horquilla de entre 52 y 72 parlamentarios, y de Podemos con una representación de 50 a 64 escaños.

Es indudable que la emergencia de Ciudadanos es la noticia histórica de estos singulares comicios. Albert Rivera, presidente de la formación naranja, ya ha anunciado que aspira a ganar las elecciones y que, en consecuencia, no está pensando en pactos post-electorales, sino en formar un gobierno de cambio que ponga en marcha una especie de Segunda Transición, desde el respeto a la legalidad, desde el diálogo con todos los demócratas y desde la sensatez. Pues los sondeos son solo sondeos. Y en la recta final de la campaña electoral pueden pasar muchas cosas.

Ciudadanos ha pasado de ser una fuerza política pequeña con representación en Cataluña a ostentar hoy la bandera del relevo posible en España. Estoy convencido de que Ciudadanos mejorará las expectativas de las últimas encuestas publicadas, porque la gente va percibiendo que su presencia en la política nacional es un hecho irreversible y porque el voto de los indecisos bien puede recaer en aquellos que representan la ilusión y la trasparencia, es decir, la posibilidad de transformación y avance real de España en términos de progreso, regeneración y profundización democrática.

Las expectativas de victoria que generó Podemos en su súbita salida a la escena política han quedado volatilizadas. Es cierto que, en las encuestas, el partido morado remonta ligeramente, pero se queda muy lejos de aspirar seriamente a competir por la presidencia del gobierno. Los hundimientos del populismo latino, primero en Argentina y después en Venezuela, no han ayudado al populismo ibérico. Pero la razón de su gran pinchazo reside, a mi modo de ver, en la imagen agresiva y, si me lo permiten, chulesca, de su líder, Pablo Iglesias. Por eso, el discurso populista de Iglesias que afirmaba la ruptura con la Transición, impulsaba la salida de España del Euro y  promovía el impago de la deuda, ha sido abandonado con demasiadas prisas, dejando demasiadas cosas por el camino.

El líder de Podemos ha dado la espalda así a ese tono áspero, bronco y enfadado, tan personal, que le hizo famoso. De llamar casta a todos, o de tildar de tonto o de enano al adversario político, ha pasado Pablo a lucir en los platós de televisión una sonrisa permanente, poco natural y forzada. Se nota demasiado que sus asesores le van diciendo cómo debe presentarse ante los medios. Su ceño fruncido, consustancial a su ser político originario, ha sido sustituido ahora por una jovialidad de plástico.

En esta estrategia edulcorante, la educada voz del joven Errejón ha eclipsado las sonoras peroratas del soez Monedero, ese sub-intelectual del insulto, la cursilería y los dineros venezolanos. Pero las bases radicales de Podemos, sus militantes y sus círculos, las chicas y chicos de la calle, se sienten traicionados ante tanto acomodo ideológico oportunista. No obstante este brusco viraje cosmético, creo que los electores moderados no olvidarán las veleidades extremistas de Iglesias, sus arengas destructivas, su antiglobalización militante, su comunismo anticapitalista o sus vínculos con regímenes profundamente antidemocráticos.

Ante esta tesitura, Ciudadanos está llamado a ser el actor principal, el protagonista de esta apasionante encrucijada política, porque en su ADN están la negociación y el pacto. Y ello, frente al inmovilismo del PP y a los consabidos cordones sanitarios a los que acostumbra la izquierda, tan sectaria hasta hoy en España.

Todos los sondeos coinciden en que ningún partido alcanzará los 176 diputados que otorgan la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. El voto del 41% de indecisos, según cifras del último sondeo del CIS, se presenta como la clave del éxito ante la próxima cita con las urnas. En cualquier caso, con el derrumbe del bipartidismo y la consiguiente aparición de nuevas y sólidas opciones electorales, por fortuna para los ciudadanos, en la política española las cosas ya nunca volverán a ser como antes.

Ignacio Perelló

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