A tres días de la cita con las urnas los dirigentes de los cuatro partidos con posibilidades de pactar niegan su apoyo a los demás y dibujan un panorama de legislatura ingobernable. Es falso. Es solo una postura electoralista a la búsqueda del último voto indeciso. Y es, también, una forma de engaño, otra más, a los electores.
De esta campaña a cara de perro, de la que se recordará, sin duda, el agrio debate entre Rajoy y Sánchez, el puñetazo, inadmisible, de un adolescente perturbado y la volatilidad y falta de contenido de los programas electorales, nadie podrá ser acusado de pactos incumplidos. Así, el ciudadano va a acudir a las urnas sin saber si su voto a Albert Rivera consolida las opciones del PP o si votar a Podemos es dar el voto al PSOE y viceversa. Y no es lo mismo. Las encuestas reflejan que hay dos candidatos a los que algunos no votarían jamás. Son Mariano Rajoy y Pablo Iglesias. Todavía pueden formarse más coaliciones porque la batalla está tan reñida que ni siquiera los expertos en demoscopia apuestan por un ganador. Lo que sí parece harto improbable, por no decir imposible, es que PP y PSOE se pongan de acuerdo.
El ciudadano va a acudir a las urnas sin saber si su voto a Albert Rivera consolida las opciones del PP o si votar a Podemos es dar el voto al PSOE y viceversa.
Por eso es democráticamente exigible que los cuatro contendientes digan a quién van a dar su voto para la investidura, al margen de que luego un gobierno en minoría necesite de apoyos puntuales. No sería la primera vez que esto ocurre. Los nacionalistas vascos y catalanes han sido maestros en el arte de negociar apoyos a cambio de jugosas contraprestaciones para sus autonomías.
Los pactos pos electorales no son vergonzosos. Los socios europeos tienen una larga trayectoria de gobiernos de coalición con programas dispares, pero con capacidad de ponerse de acuerdo en temas de Estado. Si los españoles no apoyaran esta forma democrática de gobernar no se habría conformado un panorama tan plural como el que se dibuja a partir del lunes 21.
Es verdad que las mayores exigencias de claridad recaen sobre Albert Rivera, dado que los estrategas de Génova dan por hecho que contarán con sus votos en la investidura. De ahí el temor de que le conviertan en muletilla de los populares. Aún así, y corriendo el riesgo de que eso ocurra, la «nueva política» que tanto proclaman pasa por ser honestos con sus votantes. ¿No es la honestidad en todos los sentidos el alma de la nueva política?
A Pablo Iglesias, que ha pasado de querer asaltar el cielo a seducir a los mortales, no le costaría mucho otra pirueta y contar a quién va a apoyar si no consigue el poder que cree tener al alcance de la mano.
El que ya ha dicho que está dispuesto a negociar con todos, menos los populares, es Pedro Sánchez. Pero es el que lo tiene más fácil. Incluso le resulta rentable. Y es que ahí está la clave: la maldita rentabilidad electoral de los partidos.
Victoria Lafora