Lo reconozco, hacía años que no vivía unas elecciones con tanta emoción como las del próximo domingo. Acostumbrados como estábamos a la alternancia en el Gobierno de los grandes partidos PP y PSOE, acudíamos a las urnas sabiendo a quién no íbamos a votar, lo que le restaba pasión a una jornada que se había convertido en hábito. Pero llegó la crisis y con ella la recuperación de los espacios públicos, la transparencia frente a tanta corrupción como ha habido en los últimos años, la solidaridad para con los más desfavorecidos, el interés de los jóvenes por recuperar unos valores que se habían quedado en las cuneta de la desafección, la irrupción de partidos como Podemos y Ciudadanos que llegaban vírgenes a la política. Liderados por gente salida de la Universidad, de las aulas, de los barrios, de las asambleas, y del descontento y la indignación.
Y con ellos el fin del bipartidismo, que no digo yo que haya sido el peor de los males porque estaría negándoles el importante papel que han desempeñado en asentar la democracia en nuestro país, en dotarnos de unos servicios públicos que nos sitúan entre los mejores de Europa, de una red de comunicaciones de las que debemos enorgullecernos. Ahora bien tenemos que ser conscientes que ellos son por voluntad propia parte del problema. Por una sencilla razón: acostumbrados como estaban a manejar a su antojo los resortes del poder se olvidaron de mirar a los ojos a esos millones de ciudadanos que tantos sueños habían depositado en ellos.
Por olvidarse se olvidaron incluso de los problemas de supervivencia de la gente sencilla, de los trabajadores, de las clases medias, ocupados como estaban en batallar por mantener sus mayorías absolutas o por ver quién obtenía más beneficio de una situación que si algo bueno ha tenido es la de abrirnos los ojos a una realidad que pensábamos que habíamos dejado atrás hace años, pero a la que hemos tenido que enfrentarnos sin que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tuviera la valentía de salir en televisión a decirnos que sí, que la crisis era una realidad, que los problemas eran insoportables y las soluciones dramáticas, pero que ellos estaban ahí para ayudar, para hacer más llevadera la vida de los más desfavorecidos, no para recortar sin miramientos allí donde más nos duele.
Se olvidaron incluso de los problemas de supervivencia de la gente sencilla
Confieso que a día de hoy, cuando escribo este articulo, todavía no sé a quién voy a votar, como tantos otros españoles, algo que nunca antes me había ocurrido, de ahí que la jornada de reflexión la ocupe en ver programas, analizar actitudes, estudiar si lo que dicen es pura palabrería o tiene visos de convertirse en la solución a los muchos problemas que tenemos. Y espero que cuando acuda el domingo a las urnas lo haga convencida de que con mi voto contribuyo a que los que salgan elegidos van a intentar hacerlo bien, y no se van a lucrar de su gestión.
No digo que lo consigan pero sí que al menos intenten acabar con la corrupción, con la prepotencia, con esa gente que cree firmemente que España les pertenece. No soy demasiado ambiciosa pero tengo la esperanza de que de igual manera que los españoles hemos cambiado en apenas cuatro años, los que vienen y los que se quedarán se van a tentar los machos antes de cometer una tropelía, antes de aprobar leyes que castigan a los que menos tienen y favorecen a los que más les ha dado la vida, pero sobre todo van a derogar algunas leyes y subvenciones que lo único que han conseguido es coartar nuestra libertad, la de las mujeres, la de los dependientes, y la de aquellos ciudadanos que cuando salen a la calle a protestar son tratados como delincuentes.
Rosa Villacastín