Las virtudes son rutinas hermosas de la vida. Se es virtuoso de forma natural. Ellas fluyen espontáneas y sacan a la luz toda la bondad y el amor que llevamos dentro los seres humanos. No podemos fingir ser virtuosos, pues nos convertiríamos en hipócritas.
Giacomo Casanova, escritor veneciano, nos regala una idea bella e interesante: «Los verdaderos virtuosos son aquellos que practican la virtud sin el menor esfuerzo, son los que no cultivan, en lo absoluto, la idea de la intolerancia». La frase sostiene una gran verdad: ¡Un intolerante jamás puede ser virtuoso!
La frase sostiene una gran verdad: ¡Un intolerante jamás puede ser virtuoso!
Con solo hojear un diario o dedicar unos minutos a los medios electrónicos de comunicación, basta para darnos cuenta de que la intolerancia es un mal profundo y contemporáneo, a pesar del desarrollo científico, técnico y cultural de la sociedad moderna. Es una enfermedad brutal, porque brutales son las emociones destructivas de las que se alimenta.
Buena parte de los hechos violentos que reflejan los medios de comunicación -incluidas guerras- son secuelas de un modo de pensar intransigente. La intolerancia divide pueblos y naciones, arremete contra lo que considera distinto, no acepta costumbres ni tradiciones ajenas, repele la libre inclinación sexual, la igualdad de géneros y hasta la llegada de un humilde inmigrante cargado de sueños y esperanzas.
¿Qué es la intolerancia? ¡La resistencia al cambio! Es hija del más absoluto inmovilismo. Quien o quienes la enarbolan, llegan a creer que son incapaces de existir dentro de un ambiente no acorde con su estrecha manera de pensar, exteriorizan las emociones más destructivas: ira, soberbia y miedo. ¡Todo intolerante es temeroso! Le aterran los «valores» nuevos o diferentes, por eso persevera en una única posición: la suya.
Un verdadero líder jamás puede ser intolerante, porque se convierte en un autócrata, en un jefe arrogante que, más temprano que tarde, echa por la borda el esfuerzo de aquellos que cometieron el error de obedecerle. Esto es válido para cualquier tipo de liderazgo, sea empresarial, político, religioso, filosófico o social.
Para tolerar y aceptar puntos de vista ajenos y maneras distintas de pensar, por muy diferentes que sean de los nuestros, es necesario poseer un profundo control, sobre todo de las emociones destructivas, así como abrir paso a la comprensión, la bondad y el amor. ¡Que emprendan vuelo las más bellas virtudes del ser humano! Ellas son las armas más poderosas contra la intolerancia.
Ismael Cala