Mariano Rajoy contempla desde la grada la naumaquia suicida que se libra en el PSOE. Observa el acontecer político nacional con astucia galaica que se diría heredada de aquél que recomendaba no meterse en política. Porque es un lío, dicho con expresión muy grata al propio Rajoy. Es a él, al Presidente en funciones, a quien deberían estar fiscalizando los dirigentes de la oposición y también la peña periodística, pero el error táctico cometido por Pedro Sánchez al entrar al trapo de Pablo Iglesias cuando le provocó estableciendo como condición para un hipotético pacto la celebración de un referéndum en Cataluña ha servido en bandeja el puñal a los barones socialistas y suministra titulares a los periódicos.
Error táctico el de Sánchez, explicable en parte en función de un cálculo estratégico acertado: si Rajoy no logra ser investido y el Rey traspasa la encomienda a Sánchez y éste consigue ser el eje en las negociaciones para formar Gobierno, el congreso del PSOE previsto para celebrarse a finales de febrero habría de aplazarse y también la conjura para apearle de la secretaria general. Al apresurarse a anunciar que quería seguir al frente del partido y como futuro candidato ante una eventual repetición de las elecciones, Sánchez ha irritado a más de un barón y a la gran baronesa. Le endosan la derrota electoral: pérdida de un millón y medio de votos y solo 90 diputados olvidando que ellos en sus feudos en las autonómicas también pincharon. Pero Macbeth está en la cartelera de los cines y cuando el poder es débil siempre ronda el puñal. Quien, como decía, está siguiendo el drama desde el patio de butacas es Mariano Rajoy. A él los suyos ni le han pedido cuentas por los 63 escaños evaporados y ni por los tres millones y medio de votos perdidos. Instalado en la máxima napoleónica que aconseja no distraer al enemigo cuando está cometiendo un error, don Mariano se fuma un puro esperando ver cómo termina el ajuste de cuentas entre los socialistas. Astucia galaica.
Fermín Bocos