lunes, septiembre 23, 2024
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El retrato de la condesa

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Esperanza Aguirre y Gil de Biedma nació en Madrid, el 3 de enero de 1952. Es condesa consorte de Bornos y lo fue del condado de Murillo. Preside con mano férrea el Partido Popular de la Comunidad de Madrid y, desde junio de 2015, esportavoz del Grupo Municipal Popular y concejal el Ayuntamiento capitalino

Lo primero que deseo hacer en este artículo de opinión es reconocer y subrayar su destacado papel como mujer de acción en la escena política española actual y su capacidad de liderazgo en el seno de la derecha democrática. Licenciada en Derecho y Técnico del Estado, ha sido ministra, presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, ostentando el título de ser la única mujer que ha presidido la cámara alta.

Dicho esto, tengo la impresión de que Esperanza Aguirre, a la inversa que los buenos vinos, no está sabiendo envejecer, políticamente hablando, claro está. Es decir, que -en su largo decaer- no está a la altura de su propia figura y trayectoria. Para intentar impedir el acceso de Manuela Carmena a la alcaldía de Madrid, la hemos visto ofrecer el voto de sus concejales y, en consecuencia, la alcaldía, al socialista Carmona. A la desesperada y cosechando nada más que desplantes. Tachó a los militantes y cuadros de Ahora Madrid de “soviets”, estableciendo paralelismos extremos e inapropiados; y se hizo famosa por denunciar las “mamandurrias” de los demás, cuando ella misma no ha hecho otra cosa que vivir holgadamente de la cosa pública durante décadas, hasta el día de la fecha.

Su capacidad de resistencia y adaptación es innegable. Pero corre el riesgo de convertirse, de repente, en la horrible caricatura de sí misma. En su propio esperpento. Y es que en la política, como la juventud y la belleza en El retrato de Dorian Gray, la imagen reflejada en el espejo de los medios puede llegar a ser muy engañosa. El rostro de Dorian parecía de nácar, inmaculado, porque todas las marcas, las arrugas, los surcos y las cicatrices del tiempo y sus excesos estaban escondidas en la obra pictórica, atrapadas allí, prisioneras del lienzo, ajenas a los ojos de los demás e imperceptibles a la voluntad del propio Dorian.

Creo que la conocida habilidad de la condesa para sobrevivirse a sí misma representa, correlativamente, la gran debilidad de la derecha democrática madrileña para depurarse, para regenerarse, para deshacerse, en fin, de un pasado absolutamente degradado, moral y políticamente, que sigue estando presente en la persona de Esperanza Aguirre. Con todos los respectos, a mi modo de ver, su ego y su ambición son más grandes que su lealtad a sí misma y, por supuesto, que su amor al partido o al interés general.

La actual portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid, como ya no tiene ministerios o comunidades que dirigir, ni cámaras senatoriales en las que reinar, aunque sí “mamandurrias” para dar y tomar, se afana en cuestiones menores, domésticas pero muy de su estilo popular, paradógicamente más de corrala que de palacio.

Me explico. Sé de fuentes solventes que, en los mentideros políticos –donde la condesa se desenvuelve con maestría de cirujano plástico-, anda diciendo que el que suscribe, este humilde ciudadano inquieto, ha sido en el pasado uno de sus directivos, lo que es absolutamente incierto y así quisiera dejarlo reflejado y escrito. Quizá, en una especie de delirio freudiano, la condesa lo dice para desprestigiarme, pues efectivamente sabe a ciencia cierta y en su yo más profundo que resulta innoble y sospechoso ser acusado de haber sido colaborador o directivo suyo.

Pero no. Tuve la suerte de trabajar, antaño, como directivo del Instituto de la Juventud, INJUVE, organismo dependiente del entonces del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, donde conocí a grandes profesionales. Del departamento ministerial fueron titulares Javier Arenas, Manuel Pimentel o  Juan Carlos Aparicio. Que yo sepa la condesa fue ministra de Educación y Cultura, donde se hizo muy famosa, aunque no exactamente por su sabiduría y conocimientos. Más tarde, tuve el privilegio de ser nombrado diplomático de la Organización Iberoamericana de Juventud, OIJ, a propuesta de España. Y que yo sepa Esperanza tampoco era entonces la ministra de Asuntos Exteriores ni nada parecido.

Así que, por favor, que quede claro: jamás he sido directivo de Aguirre. La prueba más notoria y evidente es que no estoy procesado ni imputado por corrupción, pues muchos sabemos que si has sido directivo, viceconsejero, consejero o secretario general de Esperanza Aguirre, tienes serias probabilidades de ser enjuiciado por delincuente y tramposo. La condesa es así, a menudo y sin quererlo se rodea, la pobre, de infames indeseables. Ciertamente, el rasgo que ha caracterizado, en el pasado, a muchos de sus más estrechos colaboradores es que están en la cárcel o parece que van a estarlo. Más ella siempre se presenta “…pura, vestida de inocencia”, como la extraña amada de Juan Ramón Jiménez.

Al final de la sublime novela del célebre Oscar Wilde, el bello Dorian decidirá poner fin a su obscuro secreto, a la vida de engaños y disimulos que ha llevado durante décadas y que le ha permitido soslayar en su propia piel los signos de la decrepitud y de la muerte. Para ello asestará una puñalada mortal al cuadro de la odiosa representación de sí mismo. El lienzo volverá a reflejar la hermosura y la lozanía del entonces joven modelo, pero la carne de Dorian asumirá de golpe la monstruosa y cruel fuerza destructiva del tiempo. Es el acto definitivo de comprensión y de decencia del protagonista o, lo que es lo mismo, el gesto que muestra la sencilla aceptación de la realidad como expresión de lo ético.

Como yo tampoco “...volveré a ser joven”, quisiera cerrar mi columna evocando los muy pertinentes versos del más grande antepasado de la consorte, el malogrado Jaime Gil de Biedma, a quien no dejo de leer desde mi adolescencia, pues como me enseñó su poesía de lo mínimo: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / -como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante. (…) / Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, es el único argumento de la obra.”

¡Larga vida, condesa! 

Ignacio Perelló

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