lunes, septiembre 23, 2024
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El concierto de año nuevo

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En esta ocasión, el concierto de año nuevo en el Musikverein de Viena ha sido un poco diferente. La novedad, que en el fondo no era tal, consistía en que ni el Danubio Azul ni la Macha Radetzky figuraban en el programa, de manera que algunos airados espectadores optaron por levantarse y marcharse antes del final, indignados al comprobar que las dos piezas más representativas de este concierto anual se interpretarían sólo en el marco de las más que seguras y habituales propinas.

Tamañas novedades constituyen, sin duda, un extravagante atrevimiento del que en su momento habrá que pedir cuentas a quien corresponda. No se olvide el conservadurismo profundo de la sociedad austriaca. Cualquier mínima alteración del orden existente siempre es vista con enorme recelo y mayor desconfianza. Es más, cuando de los símbolos se trata –y el concierto de año nuevo no es ni mucho menos de los baladíes– la única salida digna consiste en que nunca se altere nada.

Tal vez sea por eso por lo que la sala del Musikverein aparece deslumbrante cuando uno la contempla en una pantalla de televisión, pero no tanto cuando se asiste a cualquiera de los muchos conciertos que allí se celebran. Desde lejos los cristales de las pesadas arañas resplandecen como diamantes, sin que se note el polvo secular que las recubre. Los dorados de las paredes brillan como panes de oro recién aplicados, sin que se aprecien los múltiples desconchones que los años han ido dejando. Los asientos parecen incluso cómodos, sin que se vean las duras maderas y mucho menos los ajados peluches, piadosamente ocultos por los cuerpos de un público entregado con devoción al rito anual.

Esa sensación de que nunca conviene cambiar nada fue descrita con maestría por el escritor austriaco Joseph Roth, en su magnífica novela titulada La marcha Radetzky, donde narra las peripecias de varias generaciones de la familia Trotta, desde los lejanos tiempos de la batalla de Solferino hasta la desaparición del viejo imperio de los Habsburgo.

En alguna ocasión Vargas Llosa defendió que esta obra era de las mejores novelas que había leído. Sin llegar tan lejos, uno debe admitir que se trata de una de las novelas europeas de cuya lectura todo lector debería disfrutar en algún momento de su vida, al igual que otras obras igualmente interesantes de este gran novelista, como La leyenda del santo bebedor.

Joseph Roth murió en el exilio, en 1939. Antes tuvo que asistir al triste espectáculo de ver cómo los nazis quemaban sus obras tanto en Austria como en Alemania. Las siniestras piras que iluminaban las plazas de Viena se alimentaban sobre todo con ejemplares de La marcha Radetzky, transformando en símbolo de libertad lo que hasta entonces no había pasado de ser una excelente novela.

De la misma manera, la propia marcha militar en honor del anciano pero decidido mariscal Radetzky, compuesta para celebrar su rotunda victoria frente a los piamonteses, afortunadamente ha perdido todas sus connotaciones nacionalistas para convertirse en una pieza más de los ritos universales que acompañan la llegada del año nuevo.

Es por eso por lo que uno cree que, en lo que se refiere a esta música, siempre será preferible evitar que se alteren los tranquilos vieneses, y no cambiar siquiera un ápice de tan acrisoladas costumbres, manteniéndola para siempre jamás en el programa del concierto de año nuevo.

Ignacio Vázquez Moliní

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