Enorme responsabilidad la del jefe del Estado en estos momentos en los que el barco de la 'política de los políticos' tiene un boquete por el que entra agua a raudales, mientras la sociedad civil parece asistir impasible, pero lógicamente preocupada, al riesgo de hundimiento. Un país que siente que su destino inmediato depende de lo que digan los asamblearios de la CUP, de los ambiciosos camaleónicos de Podemos y, aunque en plano diferente, también de las distintas ambiciones dispersas y descoordinadas del PSOE o de los inmovilismos en movimiento del PP, tiene, por fuerza, que ser un país que busca la alienación, el olvido o que se instala en el escepticismo.
Nunca hubo menos motivos para creer en aquello que un día se llamó clase política, luego casta política, ahora caos político, si usted quiere. Ya solo nos queda, por tanto, el Rey, que tendrá que dar un paso adelante, dentro de las muchas limitaciones constitucionales que le constriñen, en su escalada de advertencias. No puede verse en él al Monarca que una parte de la ciudadanía rechaza, pese al aumento de popularidad que Felipe VI registra en todos los sondeos, sino al jefe de un Estado que se perfila 'sobre todos' porque no pertenece a nadie. Y que forma, sin duda, parte de la solución y no del problema.
Nunca hubo menos motivos para creer en aquello que un día se llamó clase política, luego casta política, ahora caos político, si usted quiere
Reconozco, declarándome, como saben quienes me conocen, monárquico, que me decepcionó algo el mensaje navideño del Rey el pasado día 24. Excesivamente cauto para los tiempos que vivimos, pensé. Nada que objetar a las grandes y oportunas palabras. Pero me temo que, en esta era de los cambios que se avecinan guste o no guste, el papel que hemos de reclamar a quien se sitúa por encima de las luchas partidarias ha de ser algo más comprometido.
Sé que este papel que Felipe de Borbón ha de ejercer en las próximas semanas es difícil, mucho: encargar que formen Gobierno a los cuatro líderes más votados el pasado 20 de diciembre supone, pienso, darles también algunas recomendaciones: hay que hacer este país gobernable, y eso requiere una serie de reformas urgentes y acordadas, comenzando por la de la ley electoral, y continuando con los mecanismos para poder hacer una oferta creíble y medianamente satisfactoria para Cataluña. Y algo de lo que el Monarca vaya a decir y piensa podremos, quizá, intuir en sus palabras pronunciadas el próximo día 6, con motivo de la pascua Militar, ante los representantes de los ejércitos. Y, por tanto, ante el país en su conjunto.
Pocas veces se ha esperado con tanto interés un discurso del Jefe del Estado. Ni siquiera el del pasado año, que era su primera comparecencia pública como Rey ante los soldados de España. No tengo, lógicamente, la menor idea de lo que Felipe VI piensa plantear tras cosas como el 'veredicto' de la CUP sobre Artur Mas, o sobre la posible repetición de las elecciones generales porque los partidos no logran ponerse de acuerdo en torno a un pacto regeneracionista de Estado. Pero ya no basta, Majestad, con expresar grandes deseos genéricos. Sospecho que, entre las cosas que el Rey no podrá expresar, figura su aprensión ante un posible pacto del PSOE con Podemos, ERC y otras fuerzas 'de izquierda' para llegar a un Gobierno estable… que nunca sería estable.
Qué duda cabe, y vuelvo a advertir de que yo no tengo ninguna información concreta al respecto, de que el Rey ha de compartir más las tesis de quienes piensan, pensamos, que solamente una gran coalición o un gran pacto de Estado, en torno a un programa reformista concreto y acordado entre 'populares', socialistas, Ciudadanos y, si acaso y en determinados puntos Podemos, puede sacarnos del atolladero que significarían unas nuevas elecciones en primavera.
El gran pacto, que Rajoy presidiría, pero atado a los términos de ese programa reformista, no es una utopía, sino la única salida. Porque, mientras, la parálisis del país, con un Gobierno provisional y un Parlamento no menos inestable, está retrasando nada menos que el progreso de la nación. ¿Puede España, que es un país con una sociedad civil mucho menos potente que la italiana, pongamos por caso, permitírselo? ¿Se lo pueden permitir los parados, las empresas, las propias instituciones? ¿Se lo puede permitir la imagen exterior de nuestra nación?
Muchos, demasiados, son, en estos días vacacionales, los silencios de los que importan. Hay como una sensación de vacaciones forzadas, impuestas. Que todo lo que hayamos tenido en las últimas horas hayan sido unas declaraciones de una figura secundaria en el PP, opinando que el pacto con el PSOE aún es posible, y que esas declaraciones hayan sido reproducidas en los titulares más destacados, indica hasta qué punto estamos todos ansiosos por ver alguna luz al final de alguno de los varios túneles por los que transitamos.
De lo que estoy seguro es de que esta situación de libertad provisional colectiva no puede durar hasta la primavera, por muy resignados que parezcamos estar ya todos a ello. Por eso miro con esperanza a la figura de quien posiblemente está siendo el mejor Rey que ha tenido España a lo largo de su Historia. Lo malo es que se va a tener que ganar el cargo -su padre se lo ganó en una noche, aunque luego dilapidó parte de ese capital- demostrándolo día tras día en las próximas semanas, en los próximos meses. No hay más tiempo.
Fernando Jáuregui