jueves, noviembre 28, 2024
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Don Quijote y la bomba H

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En el interior del monte Myojiang, a unos cien kilómetros al norte de Pyongyang, está la Exposición de la Amistad Internacional, un museo de doscientas salas excavado en la roca viva que atesora más de 220.000 regalos enviados a los líderes supremos de Corea del Norte, Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un, por jefes de Estado y de gobierno, instituciones y admiradores del mundo entero.

Los enseres allí reunidos son variopintos: desde chatarra y baratijas del ‘Todo a cien’ hasta dos espectaculares vagones de tren regalados por Stalin y Mao al fundador del país, coches blindados, muebles de lujo, una pelota de baloncesto firmada por Michael Jordan, una piel de oso entregada por el rumano Nicoale Ceaucescu, joyas, relojes e incluso una escultura de Don Quijote donada por Santiago Carrillo.

No puedo imaginar qué le pasaría por la cabeza al ingenioso hidalgo si una de sus aventuras lo llevara hasta Corea del Norte a desfacer entuertos. Pero su curiosa presencia en forma de estatuilla en el país ermitaño me trae a la cabeza un pasaje del Quijote ahora que el reino de Kim Jong-un es noticia por haber detonado una bomba de hidrógeno. Un artefacto aterrador, cuya potencia destructiva rebaja a simples petarditos los arrojados, para vergüenza de la humanidad, sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945.

Nuestro valeroso caballero andante nos explica en la inmortal obra de Cervantes que “con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios”. Y concluye que “si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra”.

Cervantes, que además de escritor era soldado, demuestra así que conocía bien el valor de las armas. Lo mismo que el imprevisible Kim Jong-un,  quien –como su padre- primero exhibe arsenal nuclear y luego se parapeta tras los misiles para dejar claro que su reino está bien guardado y que tiene medios para aniquilar a quien se atreva a inmiscuirse en sus asuntos.

La comunidad internacional clama estos días contra la amenaza termonuclear que supone la República Popular Democrática de Corea, una de las peores dictaduras del planeta. Y la vecina Corea del Sur pide a Estados Unidos que despliegue armas estratégicas apuntando al Norte. Más leña al fuego, no sea que se apague, en una región propensa a incendiarse en cualquier momento.

No está de más recordar que el mayor arsenal de bombas de hidrógeno lo tienen los rusos. Conocen bien el producto, hasta hoy ninguna explosión provocada por el hombre ha superado en potencia a la ‘Bomba del Zar’, de 50 megatones –3.000 veces la de Hiroshima-, ensayada por la URSS en 1961. La diferencia con Corea del Norte es que la Rusia actual, igual que Estados Unidos, no tiene necesidad de alardear de su capacidad para destruir el mundo y guarda bajo riguroso secreto sus armas más modernas y mortíferas.

Por eso algunos vemos un signo de debilidad en tanto pavoneo del dictador norcoreano, obsesionado por aplicar la fórmula “negocian conmigo porque tengo misiles”, acuñada por su padre en tiempos de Bill Clinton. En realidad, el joven Kim amenaza al mundo porque nadie le hace caso ni le trata con la consideración que cree que se merece. Y para que le tengan en cuenta fabrica y lanza cohetes y presume antes y después de dispararlos. Corea es como esos niños con problemas de adaptación en el colegio, con los que casi nadie quiere jugar porque fastidian al resto de tan especiales que se creen y que, cuando ya todos les hacen el vacío, se ponen aún más cafres y pegan a los compañeros para que les presten atención.

La solución casi siempre está en dar cariño. Ya sé que eso es complicado en el caso del dictador norcoreano, pero para algo debería servir la diplomacia en un momento como éste. Inventen alguna mesa de negociación e inviten a alguna delegación de ese raro país para que se sienten a hablar. Entreténganles, que no se sientan ninguneados. Conocer y hablar con los otros ayuda a verlos como a seres humanos con intereses y preocupaciones. Quizá descubran que, como diría el bueno de Sancho Panza a su señor, lo que hay enfrente son molinos, no gigantes.

Las armas las carga el diablo, dicen, pero siempre son hombres quienes las utilizan unos contra otros. Así que convendría culpar menos a Satanás de todo lo malo e intentar que se impongan la paz y la cordura. Siempre será mejor que alimentar un fuego que puede acabar devorándonos.

César Calvar

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