Mariano Rajoy ha madrugado a los demás, poniendo fin a sus vacaciones con un muy comentado baile de Nochevieja, transmitido viralmente a través de un vídeo de grabación clandestina. O no tan clandestina, que diría el propio Rajoy, que todo baile aprovecha ahora para el convento, como quedó demostrado en la campaña electoral, y me parece que el presidente en funciones no deja ahora ningún cabo suelto. Y, a continuación, el mentado presidente en funciones y aspirante a presidente en pleno funcionamiento ha comenzado sus apariciones en los medios, empezando por la entrevista que le hizo este martes Carlos Herrera en la Cope. Adelantándose a los demás a la hora de dar explicaciones a los muy confusos españoles, ha ganado el juego. Ofreciendo explícitamente -al menos, para lo poco explícito que suele ser el personaje- su mano tendida para formar una gran coalición, o similares, con el PSOE y Ciudadanos, creo que ha ganado el primer 'set'.
Me parece que, para ganar el partido, tendrá que desvelar qué es concretamente lo que entra en el acuerdo que ofrece a los otros dos: cuánta reforma constitucional, cuántos cambios en la normativa electoral, cuánta apertura en los medios públicos, en las instituciones, en la composición de la Mesa del Congreso –aunque ya ha dicho que de ceder la presidencia de la Cámara Baja a alguien como el socialista Patxi López, nada de nada–. O probablemente debería especificar hasta si ofrecerá una vicepresidencia del Ejecutivo a Pedro Sánchez en su próximo encuentro con él en La Moncloa, o algún ministerio a los de Ciudadanos* «Esos son detalles», despachó Rajoy la pregunta, cuando se la formularon hace unos días. ¿Detalles dice? Caray con los detalles.
Para ganar el partido, tendrá que desvelar qué es concretamente lo que entra en el acuerdo que ofrece a los otros dos
Detalles, diría yo, que pueden cambiar negativas por apoyos. Porque yo no renuncio a pensar que el secretario general socialista abdique de su 'no a todo', suba a la red, cambie el ritmo de su juego, varíe sus posiciones iniciales -como las han modificado Rajoy, Albert Rivera y el propio Pablo Iglesias, aunque este último menos- y nos sorprenda diciendo algo así como que no importa si Rajoy preside el Gobierno de una Legislatura corta y altamente reformista, porque son los hipotéticos 'socios' los que le obligan a abrazar un determinado programa con tales y cuales reformas, que es lo que interesa a los ciudadanos; unas reformas a las que, hace un mes, el presidente hoy en funciones no estaba dispuesto y ahora, a tenor de lo que le venimos escuchando, sí. Qué remedio le queda.
Ignoro si Sánchez, que ahora mismo es una figura clave para enjaretar algún pacto, y aunque él sea contestado por algunos en su partido, está dispuesto a modificar su táctica y su estrategia. Si sé que otros planteamientos, manteniendo su tozuda inflexibilidad, serían letales para su carrera política y quizá para el propio PSOE; nada hay tan equivocado como estar convencido de que siempre tienes razón, y ese es el talante que Pedro Sánchez está mostrando a los medios de comunicación, a las cancillerías, a empresarios, a instituciones, a sindicalistas e incluso a los suyos que le cuestionan.
Entiendo que es el momento de hablar de cómo fabricar una gobernabilidad potente, de la que todos, vía las reformas que se pongan en marcha, podamos sentirnos partícipes. Y no es la hora, en cambio, de hablar de derrotar 'a la derecha' para imponer un Ejecutivo 'de la izquierda'. Me temo que muy pocos entienden ese mensaje sin interpretarlo con ánimo interesado, como lo ha demostrado el líder de Podemos tratando, como es lógico y explicable, de cuartear a un PSOE patentemente dividido.
Quienes me conocen saben de mi respeto por Pedro Sánchez. Creí que significaba un cambio necesario en el secarral de la política española. No le quiero imaginar desanimado, ni defenestrado, ni titubeando sobre si seguir, que supongo que no es el caso. Pero empiezo a sospechar que el (todavía) secretario general del PSOE está dejando pasar un tiempo precioso sin salir a los medios, sin explicar las razones en las que basa su postura inamovible. Rajoy, incluso sin habernos dado a conocer cuál es su oferta concreta, o cuánto está dispuesto a ofrecer, incuestionablemente se le ha adelantado: un set a cero. El segundo set ya ha comenzado a jugarse, aunque uno de los dos jugadores no parece estar en la pista, está nerudianamente como ausente. Y le necesitamos para que haya de verdad partido y los recogepelotas no sean los protagonistas.
O, peor, para que los protagonistas de este 'match' no sean unos tipos ajenos al deporte que se juega en este terreno. Porque, para no andarnos con parábolas, he de recordar a quien quiera oírlo que Esquerra Republicana de Cataluña ha sido la causa de la mayor parte de las desgracias de los catalanes desde los años treinta, por lo menos (claro que entonces aún no se había inventado la CUP, que es un equipo de demolición ambulante muy superior a ERC). Y de competición noble y respeto a las reglas del juego establecidas, nada de nada: «esos», me comentaba el amigo catalán con el que antaño disputé incluso algún campeonato sobre tierra batida, «se cargan la red y nos tiran la raqueta a la cabeza». Ya digo: como para hablar de 'derechas' e 'izquierdas' está ahora la cosa.
Fernando Jáuregui