domingo, septiembre 22, 2024
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Los Reyes Magos

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Cuando uno se detiene un momento y observa con el necesario sosiego la triste situación en la que entre todos hemos situado a nuestro pobre país, sigue asombrándose al contemplar la capacidad que algunos conservan para crear enfrentamientos nuevos y fricciones innecesarias allí donde hasta hace bien poco no había sino calma acrisolada y amplio consenso.

Como si no fueran pocos los problemas urgentes a los que tenemos que enfrentarnos, desde los que se refieren a la triste situación económica, a la ineficaz articulación territorial del Estado, a la penosa situación social, al lamentable nivel educativo, a la ausencia de ética pública y privada, a las amenazas contra el sistema de valores compartidos o al deterioro galopante del medio ambiente, resulta que algunos de nuestros más preclaros munícipes se entretienen y gastan energías, como nuevos teólogos bizantinos desentendiéndose de las amenazantes tropas del Gran Turco, en divagar no ya sobre el sexo de los ángeles –cuestión sin duda importante pero, desde luego, poco o nada apremiante– sino sobre el de los Reyes Magos, o cuando menos sobre la imperiosa necesidad de adaptar su arcaica imagen a las pretendidas exigencias de la vida moderna.

Uno no se explica esa necesidad que han tenido algunos responsables de las cabalgatas de alterar la imagen de los Reyes Magos compartida por la totalidad de la sociedad española, desde los venerables ancianos hasta los tiernos infantes.

Cierto es que esos ropajes y tocados que desde siempre lucen los Reyes Magos, esencia irrepetible del más estrafalario barroco, sazonado con dosis delirantes del orientalismo más febril, despiertan cuando menos la sonrisa de todos.

También es cierto que los Magos de Oriente debieron tener poco de Reyes. Incluso parece que no fueron tres, sino quizás muchos más, y en cualquier caso al menos cuatro, ya que el mejor de ellos, el legendario y generoso Artabán, se quedó rezagado para siempre, socorriendo a los necesitados con quienes iba encontrándose a lo largo del camino.

Los Reyes Magos han despertado, con toda razón, los recelos de los niños de España

Ahora bien, lo que no parece de recibo es, so pretexto de que los tiempos adelantan que es una barbaridad, que a los pobres Melchor, Gaspar y Baltasar, les vistan de trapillo, con aires que recuerdan a aquel desastrado Merlín, cuyas aventuras gallegas describía el bueno de Álvaro Cunqueiro.

Este año era tal la pinta que llevaban los pobres Reyes Magos que ha despertado, con toda razón, los recelos de los niños de España, quienes podrán ser inocentes y crédulos pero, desde luego, nada tontos, como ciertamente son quienes han transformado a Melchor, Gaspar y Baltasar en ridículos adefesios.

Bueno sería por tanto que los responsables de organizar estos eventos recapacitaran e intentasen, al menos, ser coherentes consigo mismos. Si es cierto que tanto les molestan los amplios ropajes historiados, o incluso la idea misma de los Reyes Magos, sigan el siniestro ejemplo del sultán de Brunei, quien a pesar, o quizás por lo de sus holgados ropajes, condena a crudelísimas penas a quienes osan celebrar cualquier cosa relacionada con la Navidad.

Ignacio Vázquez Moliní

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