lunes, septiembre 23, 2024
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Claridad y contundencia

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Dicen que hay victorias amargas y derrotas dulces. Si esto es así, el acuerdo alcanzado en Cataluña entre Junts pel Sí y las CUP en virtud del cual Carles Puigdemont ha sido elegido nuevo presidente de la Generalitat es de esos que, sin duda, dejarán un sabor agridulce en las bocas de sus principales muñidores.

Por un lado, Artur Mas se va derrotado al tener que renunciar a su candidatura a la Presidencia de la Generalitat; pero por otro, puede sentirse victorioso al eludir una nueva convocatoria electoral que a buen seguro habría traído un severo correctivo a él y a su partido y evita que el proceso independentista descarrile por completo.

En cuanto a las CUP, si bien es cierto que el texto del acuerdo se ensaña hasta límites insospechados con su actuación durante estos meses, no lo es menos que logra cobrarse la cabeza de Artur Mas, a quien vetó desde el principio, y despejar el camino para que el nuevo gobierno de la Generalitat tenga que cumplir la hoja de ruta marcada en la declaración soberanista anulada por el Tribunal Constitucional el mes pasado.

Ya ven, o la Presidencia de la Generalitat sí era una subasta de pescado y Artur Mas ya no colaba como pescado fresco; o las CUP, con la aquiescencia de los compañeros de viaje de Artur Mas, decidieron jugar al juego del ahorcado con el único nombre que el ya ex presidente no quería adivinar: el suyo.

El proceso que parecía muerto con la, parecía, ineludible convocatoria de elecciones, cobra nuevas fuerzas

Pero el acuerdo ha llegado, in extremis, pero ha llegado. Y el proceso que parecía muerto con la, parecía, ineludible convocatoria de elecciones, cobra nuevas fuerzas. De nada sirve verter ríos de tinta sobre si en las elecciones del 27-S la mayoría de catalanes apoyó a opciones no independentistas; sobre si las CUP han traicionado o no a sus votantes; sobre si es legítimo o no el transfuguismo-travestismo –llámenlo como deseen– de los diputados de las CUP que se integrarán en Junts pel Sí; o la vergonzante declaración de Artur Mas –“Lo que las urnas no nos dieron directamente se ha tenido que corregir a través de la negociación” – que no hace sino constatar por enésima vez la ausencia total de convicciones democráticas del ya ex presidente.

El hecho incontestable es que desde el domingo Carles Puigdemont, el mismo que advirtió que los “invasores serán expulsados de Cataluña”, es el nuevo presidente de un Gobierno de la Generalitat entregado en cuerpo y alma a hacer realidad la hoja de ruta independentista aprobada el 9 de noviembre, un Gobierno con mayoría absoluta en el Parlamento de Cataluña concentrado en hacer realidad la independencia de Cataluña en un plazo muy concreto –18 meses­– y con propuestas muy concretas –Ley de Proceso Constituyente, Ley de Seguridad Social, Ley de Hacienda Pública en tan solo 30 días– .

Y todo ello, con un Parlamento español atomizado, un Gobierno disminuido al hallarse en funciones y unas perspectivas de alcanzar una nueva mayoría parlamentaria y, por tanto, un nuevo Gobierno, cuanto menos sombrías. Y si de todo ello hay alguien que no puede eludir su responsabilidad es, sin ningún género de duda, Mariano Rajoy, quien se ha comportado de manera irresponsable en relación a Cataluña, tanto como líder de la oposición como ya en el ejercicio de su Presidencia.

No obstante, si algo exige el desafío actual es altura de miras en la defensa de nuestro Estado de Derecho, una altura de miras de la que ha hecho gala en todo momento el PSOE, que siempre ha estado con el Gobierno en defensa del Estado de Derecho y de las libertades públicas, no como el Partido Popular que sembró tempestades en relación a la aprobación del Estatuto de Cataluña con sus mesas petitorias, su boicot a los productos catalanes y su recurso de inconstitucionalidad.

Ahora es el momento de la unidad de las fuerzas constitucionalistas contra el desafío independentista, independientemente de la situación postelectoral que vive España: que las urnas no hayan aportado una mayoría clara o que no se haya formado todavía gobierno no es algo que deba verse condicionado por la situación de Cataluña, dado que existen mecanismos reglados para hacer frente al desafío secesionista.

Pero de la misma manera que hay claridad y contundencia respecto a la respuesta contra este reto en el PP, en el PSOE y en Ciudadanos, es grave la falta de claridad y contundencia exhibidas por Podemos, que se ha erigido en baluarte de un referéndum de autodeterminación ilegal que vuela de un plumazo la soberanía nacional consagrada por la Constitución, rehén como es de sus alianzas. La unidad de España ni es ni puede ser un juego, ni es ni puede ser moneda de cambio de ninguna alianza, le cueste lo que le cueste a Podemos.

Momentos graves exigen posicionamientos inequívocos.

José Blanco

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