Resulta comprensible que la foto de una Infanta de España sentada en el banquillo de los acusados concite un lógico interés mediático porque todos los segmentos de la población esperaban este día; unos para ver si se aplicaba la doctrina Botín y otros para discutir el modelo que podría llevar para la ocasión la encausada. Da igual. No es un buen día ni para la Monarquía, ni para España porque estas cosas siempre dejan una huella no por puntual menos dañina.
Pero lo ocurrido en Cataluña durante los últimos meses y concentrado en estos últimos días, casi horas, parece infinitamente más grave porque lo que se ha puesto en cuestión es el funcionamiento de la democracia misma y hasta qué punto se puede tergiversar en los despachos del poder lo que es la piedra maestra del sistema, la voluntad popular ya de por sí muy mermada con un sistema electoral perfectamente imperfecto.
No es un buen día ni para la Monarquía, ni para España porque estas cosas siempre dejan una huella no por puntual menos dañina
Todo ha sido una farsa sin guión, una contradicción constante puesta en pie por un señor al que ya es muy difícil respetar como político llamado Artur Mas y por unos grupos antisistema o anticapitalistas -con bastantes diferencias entre ellos- que consultaban todo a sus bases salvo la decisión final y sorprendente de esa especie de suicidio político pactado de dos de los suyos y una autocrítica acordada que resulta absolutamente inútil.
No se trata ya de rememorar todo lo dicho por todos -desde Mas a los portavoces de las CUP-, todos tan intransigentes y convencidos en sus posturas hasta 24 horas antes del sorprendente pacto final. No se trata de recordar que Baños reconoció en un arranque de sinceridad que se habían perdido las elecciones y punto. No merece la pena recordar que el nombre del presidente de la Generalidad era innegociable y no se subastaba. Y menos aún merece la pena volver a leer la absolutamente increíble frase de Mas sobre la corrección en los despachos de la voluntad de las urnas porque en un país serio y democrático quien afirmara públicamente semejante cosa estaba arrumbado políticamente desde ese ese mismo momento. De ahí mi ya personal falta de respeto al político Mas.
Lo ocurrido en Cataluña -y lo que aún tiene que ocurrir- es una lección de lo que no puede ser una democracia en ningún caso, un atropello al sentido común -que se diga lo que se diga es el más común de los sentidos- de unos ciudadanos que votaron en su día NO a la independencia aunque la aritmética del sistema les haya negado los escaños esa mayoría en votos.
Y si hablo de lo que tiene ocurrir en Cataluña, no me refiero a los 18 meses que se dan de plazo para un absurdo reconocido como ilegal por todas las instituciones españolas, europeas y mundiales, sino para algo mucho más cercano y desde luego más importante para los catalanes: por ejemplo la confección de unos presupuestos que tendrán que salir adelante aprobados por el partido de la burguesía y clase media y un grupo anticapitalista que pretende hacer tabla rasa con todo y en todo.
Malo es que una infanta se vea envuelta en un juicio por presunta corrupción pero para una sociedad me parece mucho más graves que corruptos (también presuntos, claro) en libertad y organizados negocien mantenerse en el poder con quienes hicieron de la anticorrupción una bandera irrenunciable y se ve que no. Esta es una dura lección para los que aún creen cándidamente en la pureza de las ideologías.
Andrés Aberasturi