Son muchos los análisis que se han hecho sobre la crisis política por la que atraviesa España tras las elecciones generales del 20D. En mi opinión, la incertidumbre provocada por los resultados electorales no debería conducirnos ignorarlos. El Partido Popular (PP) ha sido el más votado, pero ha perdido 63 escaños y la mayoría absoluta, bajando de 186 a 123 diputados. El PSOE ha obtenido el peor resultado de su historia, 90 escaños frente a los 110 que cosechó en 2011. Por su parte, los partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, sin previa representación parlamentaria en el Congreso, han obtenido 69 y 40 diputados, respectivamente. Es decir, los resultados indican claramente que los españoles quieren cambios.
Dados los resultados, el PP de Rajoy necesitaría para gobernar los apoyos tanto del PSOE como de Ciudadanos lo que, a priori, parece francamente difícil, pues el líder socialista parece empeñado en promover un pacto a la portuguesa que le permita a él formar gobierno. Y ello, a pesar de su sonora derrota electoral y de la fuerte oposición que está encontrando tal estrategia dentro de su mismo partido.
A mi modo de ver, la cuestión pasa por que Mariano Rajoy dé un paso atrás, o a un lado, como escenificó Arthur Mas en Cataluña, para así facilitar que el PP gobierne con otro candidato y, en consecuencia, con otras condiciones, pues resulta evidente que el principal problema que tienen los populares para cerrar un gobierno se llama Mariano Rajoy. Esta consideración, además de ser mía, parece que se abre camino cada vez con fuerza en las filas del propio partido conservador.
Los resultados electorales nos indican, en suma, que el camino para la gobernabilidad del país exige la retirada de Rajoy. Bajo esta premisa veo viable un pacto del PP con PSOE y Ciudadanos que permita al partido más votado continuar en La Moncloa y que, al propio tiempo, haga posible que el PSOE pueda justificar la suscripción de dicho acuerdo de cara a sus dirigentes, cuadros y votantes. Respecto de Ciudadanos, la salida de Rajoy representaría igualmente la argumentación de su discurso frente a sus tres millones y medio de votantes: hemos venido a regenerar la vida política y lo estamos haciendo.
La renuncia de Mariano Rajoy deberá suponer, a mi juicio, la asunción de responsabilidades por parte del jefe de la oposición, Pedro Sánchez, quien habrá de correr la misma suerte que su “indecente” Mariano. Y es que resulta obvio que los resultados de las elecciones reflejan un fuerte rechazo de los votantes hacia las viejas políticas, tanto del PP como del PSOE, aunque, por qué no decirlo, sea Mariano Rajoy quien haya perdido la friolera de 63 diputados respecto de 2011. Y ello, sin perjuicio de ser Sánchez el socialista menos votado de la historia de la democracia, lo que ya de por sí debería obligarle, igualmente, a dejar paso a otro liderazgo en el seno de su partido centenario.
Mariano Rajoy lo ha ocupado casi todo en la política española. Presidente del Partido Popular por designación directa de Aznar, ha sido concejal, Presidente de la Diputación de Pontevedra, diputado al Congreso, varias veces Ministro, Vicepresidente del Gobierno y Presidente. Nadie puede dudar de la capacidad política de este gallego de 60 años, Registrador de la Propiedad, que lleva décadas en la cúspide de la escena política española. Pero su carrera pública está amortizada. Representa lo peor de la política. La corrupción y el inmovilismo. Bárcenas. Lo viejo.
Pedro Sánchez es, sin embrago, un político de poca trayectoria y quizá de corto alcance. Economista de 44 años, ha sido concejal del Ayuntamiento de Madrid, diputado al Congreso de carambola y candidato a la Presidencia del Gobierno por el PSOE, cuya Secretaría General alcanzó por primarias en 2014, tras la renuncia de Alfredo Pérez Rubalcaba, quien dejó el cargo a la vista de los malos resultados obtenidos en las pasadas elecciones europeas. Sánchez, sin embrago, no ha sabido concitar el apoyo de los votantes y se percibe, tanto dentro como fuera del PSOE, más como un líder interino que como un verdadero jefe de filas, capaz de alzar a su partido hasta la Presidencia del Gobierno de España.
España requiere estabilidad para afrontar la recuperación económica y la lucha contra la desigualdad y el paro
En mi modesta opinión, unos nuevos comicios no le interesan a ninguna fuerza política, excepto a Podemos. Para el PP la repetición de las elecciones podría suponer, quizá, una leve remontada en sus pobres resultados, si tenemos en cuenta que tales circunstancias pudieran atraer, para los conservadores, el llamado voto útil desde el centro político. Pero es evidente que esa ligera y presunta subida del voto en las urnas no daría al PP los escaños suficientes para gobernar, máxime si su escasa mejoría se produce a costa de Ciudadanos, el partido que ocupa hoy la centralidad política en España y el mismo que puede verse afectado negativamente en sus resultados, dada la extrema polarización que supondría tal escenario. Al PSOE, por su parte, tampoco le beneficiaría la repetición de las elecciones, pues es muy posible que, ante un nuevo proceso electoral sin el tiempo suficiente para escenificar la necesaria renovación, el partido socialista se siguiera desangrando y acabara inflando aún más los buenos resultados obtenidos por Podemos y sus periféricos grupos afines el pasado 20D.
Unos nuevos comicios, además del gasto presupuestario que supondrían, perjudicarían gravemente la necesaria estabilidad que España requiere para afrontar la recuperación económica y la lucha contra la desigualdad y el paro. Pero lo que es más importante, colocarían al país y a sus instituciones en la peor posición posible frente al serio reto secesionista desplegado desde el independentismo catalán.
He titulado mi columna Adiós, señor Rajoy porque creo que los resultados electorales del 20D indican al presidente en funciones el camino a seguir. No obstante, está por ver si El Registrador será capaz de asumir sus propias responsabilidades políticas y actuar como un verdadero hombre de Estado.
Ignacio Perelló