Nada hay más claro que un no, y a poder ser sobre algo concreto. Una encina en peligro moviliza hoy más gente que la desigualdad en el planeta.
Un buen rechazo da la sensación de que su autor tiene las ideas claras sobre lo que rechaza y sobre todo lo demás. En un mundo complejo, donde explicar causas lleva su tiempo, el que matiza y busca argumentos es un blando; y no da espectáculo.
La dificultad de entrever la dirección de los acontecimientos o de nuestros intereses también anima a poner límites al desconcierto.
Nos rodean quienes expresan rotundamente su rechazo: a España, a Cataluña -al nacionalismo de los demás-, al capitalismo, a las y los rastas, a la corrupción, a Irán, a Arabia Saudí, rechazo a los musulmanes o a los islamómofos, a la contaminación o a las restricciones al tráfico, al carbón o a las subvenciones a las energías renovables.
Lo dice alguien que tomó conciencia política precisamente con el ‘no a la OTAN’, remoto precedente que curiosamente el ministro de Industria en funciones utiliza hoy como argumento -la rectificación- para defender un Gobierno PP-PSOE-Ciudadanos. Pero ni con el ‘no a la OTAN’ ni con el actual ‘sí a la OTAN’ se forma un programa político sobre Defensa.
Encontramos también rechazos solemnes y realmente improductivos: no al terrorismo yihadista, no a la violencia contra las mujeres, que por su obviedad equivale a manifestarse en defensa del color azul o del mes de marzo.
El no es lo primero que aprenden y enseñamos a los niños, límites claros.
Tengo una sobrina que por supuesto dice no, pero a quien además le gustan los zapatos -calle, movimiento- y los adverbios -mañana, ayer, hoy-, lo que refleja esto último la inteligencia de los padres y que a su año y medio empieza a sospechar que en los matices está lo interesante, que en el tiempo y en el espacio nos la jugamos. Un buen uso de zapatos y adverbios te puede llevar a donde te propongas.
Todas las teologías, muchas con una salud envidiable, basan su discurso en el rechazo.
Un personaje casi inventado de Antonio Muñoz Molina dice que los nazis lo convirtieron en judío, el extremismo nazi redujo y al tiempo disparó la identidad de millones de personas a su tradición religiosa, a menudo débil u olvidada con el paso de las generaciones, los avances científicos y la sacralización del deporte. El rechazo es en esas ocasiones productivo: la postura territorial del PP crea independentistas; el nazismo, judíos.
El rechazo en causas concretas no crea ideología política, ilumina únicamente una parte de la realidad
El problema es que el rechazo en causas concretas no crea ideología política, ilumina únicamente una parte de la realidad, es necesariamente reduccionista.
A la hora de elaborar el programa electoral algunos partidos se aplican en dar respuesta al millar de causas particulares y el resultado se asemeja a un listín telefónico donde conviven Europa y el aprovechamiento de la biomasa en los edificios públicos; el punto opuesto es el de quienes renuncian al programa electoral, en algún caso lo han presentado con sacacorchos a horas de las elecciones, y luego hacen exactamente lo contrario de lo escrito en el papel (en este caso el rechazo es al compromiso y a la coherencia).
Cada uno con la cesta repleta de noes y rechazos, la política es en cambio el reino de lo real –interacciones y contexto- donde las firmezas particulares deben encajar en este preciso momento con las de los demás, teniendo en cuenta la relación de fuerzas, las presiones, la oportunidad.
Lo normal es que la conjunción de esos planetas no sea frecuente, por lo que en cualquier negociación las partes rebajan o modifican o priorizan sus posiciones, de ahí que casi siempre resulte un poso de insatisfacción comparando el resultado con la postura inicial.
Vivimos un momento post-pre-electoral donde las partes se esfuerzan en dejar claros sus límites, sus noes. Ya vendrá la realidad a matizar rechazos y apoyos, ya vendrán los días laborables (cinco de siete) y entonces algunos probablemente acaben hablando de desencanto al no poder imponer su intransigencia de origen.
Hoy daría yo la vida por salvar una de las encinas que talaron para construir el edificio donde vivo. Otra cosa es la política forestal; y la de vivienda.
Carlos Penedo