En España, los resultados electorales del 20-D han propiciado el establecimiento de una política espectáculo, en un show televisado en directo y continuo donde sus participantes no piensan en la solución de los problemas de los ciudadanos sino en el ranking que pretenden en sus apariciones públicas. Fuegos de artificio para atraer y cohesionar a sus seguidores y deteriorar a sus adversarios. Casi nadie está exento de responsabilidad en este travestismo de la política democrática. Uno de los requisitos para el éxito de estas prácticas es contar con una legión de activistas en las redes que aplaudan cada ocurrencia de sus líderes y le arranquen las piel a quienes osen criticarles. La autocrítica no se vislumbra. Es cosa del pasado.
Si el estadista se define por la capacidad de poner por encima de sus propios intereses los del país, España es un páramo de políticos.
Mario Vargas Llosa ha conceptualizado en su artículo de hoy en El País uno de los dramas de nuestro tiempo. «Circo y Periodismo» es el título de las reflexiones del escritor peruano y español en donde retrata la «Civilización del Espectáculo».
Él se centra en la entrevista apologética que ha realizado el actor Sean Penn a uno de los asesinos sádicos más importantes de las últimas décadas. Un retrato amable del «Chapo» Guzmán, uno de los hombres más ricos del mundo gracias al negocio de la droga y el crimen sobre el que pesa la responsabilidad de la muerte de más de cien mil personas.
La supuesta progresía es un manto que está permitiendo santificar a muchos irresponsables de la política y del espectáculo. De tal forma que lo que nunca se le perdonaría a un periodista serio se le aplaude a un actor confortablemente refugiado en el paraguas de Hollywood.
Es cierta la falta de cultura política en la España democrática para lidiar situaciones que exigen entendimiento entre partidos para formar gobierno. Y las experiencias habidas en algunas comunidades autónomas ha sido letal para quienes las encabezaron. Recordar las experiencias de tripartitos en Cataluña y Galicia es constatar cómo quedaron los partidos que las iniciaron.
La política necesita dosis de prudencia, discreción y mirada de largo recorrido para hacerse camino. No se pueden buscar acuerdos, si es eso lo que se pretende, realizando todos los actos en el escenario, con una claque que actúe como motivadora de las bajas pasiones de quienes buscan la gloria instantánea. Trabajo para conseguir votos sin reparar en las heridas que dejan.
De todo lo que ocurre, lo más preocupante es la situación en la que se encuentra el PSOE. No tanto por este partido y su futuro sino por lo que puede significar que quien ha sido capital para instaurar y consolidar nuestra democracia acabe siendo irrelevante.
La eclosión trepidante de Podemos es producto de una legión de damnificados por la crisis, de la indignación de jóvenes sin horizontes ni perspectivas, de un clima social de indignación que sigue proclamando las desigualdades y la injusticia sin preocuparse de formular alternativas realistas, realizables y compatibles con el crecimiento económico como condición para que el reparto sea más justo. Se ha instalado una especie de cuanto peor mejor, porque lo que se trata es más de castigar a los responsables que aliviar a los marginados. Y lo inteligente sería compatibilizar la exigencia de responsabilidades con la construcción de un proyecto viable para solucionar los daños de la crisis.
Cargo la prueba en el PSOE porque este partido, que tantos logros consiguió para la modernización y la creación de un estado del bienestar en España, se está hundiendo con los complejos que acumula frente a quienes pretenden darle el sorpasso. Ha caído en la trampa de la política como espectáculo sin conocer siquiera los mecanismos del nuevo mercado de votos.
Si el PSOE no consigue encontrar un camino cimentado en la responsabilidad para España, la resultante será su insignificancia para el futuro próximo.
El coraje es condición indispensable para las situaciones críticas. Y la pedagogía y el liderazgo moral los instrumentos para oponerse a corrientes mayoritarias que se juzgan letales para el progreso de nuestras sociedades.
A este PSOE, que ha caído en la trampa de la civilización del espectáculo, no se le atisban dosis de coraje para ejercer la responsabilidad y la renovación que le exige su condición de partido democrático, de izquierda y centenario.
Carlos Carnicero