Los que somos de izquierda tenemos mochila, faltaría más. Una mochila llena de las glorias y miserias de esos partidos centenarios que nacieron del movimiento obrero y dieron lugar a fórmulas que, desde el Frente Popular a Izquierda Unida, inventaron el compromiso, la generosidad y el valor del trabajo.
Conviene, por muy nuevo que se sea, respetar esas culturas políticas que existen mucho antes de que algún fascistón, disfrazado de nuevo, descubriera a los obreros en las bancadas del actual Congreso y no los viera en las anteriores.
Tiene esto de tener mochila, cierto, algunos inconvenientes. Pero numerosas ventajas. No es la menor el saber que antes que el interés de uno prevalece el de las necesidades sociales.
Alguien con mochila, alguien que representara los viejos compromisos sociales no se hubiera propuesto de Vicepresidente y, con toda seguridad, no lo hubiera hecho sin reclamar antes, como condición indispensable para formar gobierno, que la lucha contra la violencia machista fuese cuestión de estado. Sabíamos que para Bescansa el derecho al aborto no era prioritario; ahora sabemos que los sillones son más importantes que las asesinadas.
Ahora sabemos que los sillones son más importantes que las asesinadas
Proponer Vicepresidente, ministras y ministros, asegurar que el cambio solo es posible si alguien ocupa un ministerio, afirmar que el futuro socio no es de fiar, viene a resultar, cuando menos, una forma rarita, por no decir cínica, de proponer sinceramente una negociación. Pero, sobre todo, y cualquiera que conozca la comunicación lo sabe, significa desplazar el foco desde las necesidades sociales a los intereses personales.
Diez mujeres y una niña de diecisiete meses asesinadas; falta de confianza en la recuperación del empleo; amenazas de recortes adicionales desde la Unión Europea; serias deficiencias en el mercado de trabajo. Nada como un ministro para la OTAN u otro para la plurinacionalidad para abordar los problemas sociales. Lo que antes era prioritario ahora no forma parte del cambio.
El problema, estimados y estimadas lectoras, no es la mochila de cada cual sino cambiarse de mochila con tanta frecuencia que uno olvida las prioridades que comprometió con la ciudadanía.
España vive un momento extremadamente delicado, social, económica y políticamente. Necesitamos un gobierno que aborde esas dificultades. Desde luego, muchos esperamos un gobierno de izquierda que no olvide el perfil social de la política, perdido en los gobiernos de la austeridad.
En realidad, nada de lo que está ocurriendo en el panorama político acaba de afianzar esa perspectiva. Salvo escasas excepciones, se ha hablado más de mandar que de hacer. Un partido se propone para mandar; otro se deja proponer para mandar un poco y el partido que debe mandar, no sabe si quiere mandar.
En suma, echamos de menos a la izquierda. La izquierda que quiere gobernar y la izquierda que quiere defender la cultura y el valor del empleo, el trabajo y las mayorías sociales.
Pero tenemos poca izquierda, esa es la verdad. Pocos herederos de la vieja mochila de la solidaridad. Necesitamos pactos y pronto; pero, especialmente, necesitamos compromisos de programa, de acciones y evidentes referencias de que ese cambio es posible.
Quienes tenemos mochila, sea esta cual sea, tenemos una primera obligación: recordar a quienes negocian y a quienes parecen que negocian, a quienes quieren elecciones, a quienes tienen prisa y a los que no, esas necesidades sociales.
Y tenemos otra: sabiendo que, se diga lo que se diga, no hay ciudades libres de desahucios; que sigue habiendo sufrimiento; que ya llevamos once feminicidios, debemos estar a su lado, mientras los que deben arreglarlo se arreglan.
Libertad Martínez