sábado, septiembre 28, 2024
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Ajenos a la Naturaleza

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“Estoy más alarmada del cambio humano respecto a la Naturaleza que del cambio climático”, me decía la semana pasada una amiga francesa que ha alcanzado la edad de la sabiduría y la espiritualidad y vive en una pequeña casa rodeada de un jardín, cerca de Orléans.

En Francia, ese bello país, muchos pensadores –que ella me dio a conocer-llevan insistiendo en este problema desde hace años. En la estela del filósofo alemán Hans Jonas (El principio de responsabilidad) –ironía de la historia, el tornado invernal que se abate sobre los EEUU se llama Jonas-, nos llegan el grito desesperado de Yves Paccalet (La humanidad desaparecerá, ¡mejor!), las reflexiones de Jean Marie Pelt (fallecido el 23 de diciembre pasado), y la lucha del labrador Pierre Rahbi, que viene abogando por una agricultura para nutrir, no para producir (La agroecología, una ética de la vida). Incluso la percepción de la Naturaleza que tenía Francisco de Asís se inspira en la lírica de François Cheng.

Y, sin embargo, pocos parecen preocuparse mucho de que el modelo de sociedad que seguimos, a izquierda como a derecha, que en esto coinciden, y que lleva a la destrucción de la Naturaleza – Creación, la llamaba Dionisio Ridruejo). Desarrollo, agrobusiness, química, fertilizantes ibéricos, fractales, alimentos artificiales, construcción ubicua, todo lleva a la destrucción, a la pérdida y contaminación de nuestros pobres acuíferos. No se trata de paliar el cambio climático con Tratados de difícil e hipotético cumplimiento (las inmensas empresas de energía, petróleo, química, las constructoras, vienen a decir “que nos quiten lo bailado”).

El respeto y conservación de la Naturaleza no depende sólo de los Estados sino de las personas, de nosotros. Alarmados estamos muchos de la actitud de los hombres ante ella, que o la ignoran o la explotan sin sentido. Sin sentido, sin sensibilidad, sin dirección, que esas tres palabras vienen de la misma raíz.

Inmersos en un hedonismo banal hemos olvidado hasta las estaciones y nos sorprende que nieve o hiele en invierno. Una muestra de nuestra degeneración hacia la Naturaleza es lingüística: es llamar beau temps cuando no llueve y llamar en España mal tiempo a la lluvia, como hacen siempre en televisión, como la corresponsal en Santander, por ejemplo. Es un calificativo que todos utilizan a pesar de que la sequía asola toda la Península y que el ‘buen tiempo’ sería que lloviese.

Con los recientes incendios forestales de invierno en Asturias, Cantabria y Galicia, me pregunto si no son iguales de culpables los incendiarios que los que arrancaron los hayedos, robledales, carvallos, y plantaron eucaliptos para las papeleras. La Naturaleza ha sido despreciada dos veces. No podemos llamar desastre natural a esos incendios.

Es como si el Hombre hubiera perdido su instinto de conservación, sustituyéndolo por un mero deseo de acumular, consumir, dominar y poseer la Naturaleza, engendrando su desaparición (de él y de la Naturaleza, que son lo mismo).

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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