jueves, noviembre 28, 2024
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Miénteme, Pablo

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Una de las escenas más románticas de la historia del cine forma parte de la película Johnny Guitar, de Nicholas Ray. Arranca cuando el protagonista, Johnny Logan (Sterling Hayden), inicia un diálogo con la atormentada Vienna (Joan Crawford) durante el que le dice: “Miénteme. Dime que me has estado esperando todos estos años”. “Dime que habrías muerto si yo no hubiera regresado”. “Dime que aún me quieres como yo a ti”.

Lo más conmovedor de la escena es ese “miénteme” con que el pistolero le pide a su amada que le diga lo que necesita oír, aunque no sea cierto. Porque a partir de esas mentiras Johnny construye una farsa mayor e imagina un pasado ideal en el que nunca abandonó a la pobre Vienna, están casados, no han pasado cinco años y ella no ha sufrido. Utiliza el autoengaño para superar sus fantasmas y poder volver a vivir. Todo muy bonito, pero más falso que un billete de quince euros.

Situaciones así demuestran una realidad que pocos quieren reconocer: a mucha gente le gusta que le mientan. Si no, no darían pábulo a tantas promesas irrealizables, teorías conspirativas, historias increíbles, bulos y cuentos de viejas. Muchos prefieren creer a ciegas lo que necesitan oír porque encaja en sus esquemas mentales, coincide con sus deseos o confirma sus mantras. Y buscan a quien se lo diga y lo siguen hasta el infierno, aunque sea un jeta que no sabe de qué habla o un mentiroso consciente.

Muchos prefieren creer a ciegas lo que necesitan oír porque encaja en sus esquemas mentales, coincide con sus deseos o confirma sus mantras

La llegada del hombre a la Luna es un buen ejemplo. Hay casi tanta literatura ocupada en analizar y describir ese hito científico y técnico como la consagrada a difundir el bulo de que fue un montaje del Gobierno de Estados Unidos. Libros y documentales de charlatanes que aprovechan la falta de instrucción o la necesidad de fantasía de millones de incautos que prefieren creer en oscuras conspiraciones e ignorar a la ciencia y al sentido común (si hubiera sido mentira, la URSS, derrotada en la carrera por conquistar el satélite, lo habría demostrado ese mismo día).

Algo parecido ocurre con el 11M. A un sector de la opinión pública no le interesan los detalles de la investigación policial, ni el sumario, el juicio, los razonamientos de la sentencia ni el hecho de que los autores de la matanza fueran árabes. Los libros más vendidos sobre el caso señalan a una conspiración contra el PP orquestada por el PSOE, ETA e incluso Marruecos. Y a sus lectores no hay quien los apee de ahí porque no quieren saber la verdad. Prefieren que les mienta alguien cuyo discurso no cuestione sus valores a aceptar una realidad que no les gusta.

Hay más ejemplos: visitas de extraterrestres cuya existencia los gobiernos del mundo estarían confabulados para ocultar; el monstruo del Lago Ness; historias de espíritus y aparecidos; la Santa Compaña y las brujas, que según los entendidos haberlas haylas. También aquí al que dice la verdad se le cae un ojo y todo el mundo lleva los dos puestos.

El último cuento chino lo contó al país hace unos días el líder de Podemos. Tras reunirse con Felipe VI, sin haber negociado nada ni consultado con nadie, Pablo Iglesias compareció para fantasear sobre un gobierno con el PSOE del que se autoproclamó vicepresidente y en el que todo el poder sobre las instituciones y ministerios clave sería para él. A Pedro Sánchez le reservaba el papel de hombre de paja en la Presidencia.

Lo más preocupante de la propuesta de Iglesias, tan aplaudida y defendida por sus seguidores en las redes sociales, es que era una trola que no se creía ni él mismo. El líder de Podemos no quería pactar nada con el PSOE sino llevarlo a un callejón sin salida. Porque si Sánchez aceptara le entregaría todo el poder a Podemos. Y si no lo hace, Iglesias podrá culparlo de que no haya cambio político y de que haya que celebrar unas elecciones a las que él llegará como el gran soñador, el hombre del cambio y de la mano tendida. Por cierto, el jefe de Podemos decía hasta ahora que jamás sería el vicepresidente de nadie, y menos con un partido de ‘la casta’.

Es normal que un sector del PSOE se haya sentido insultado por el juego del trile al que Iglesias quiere arrastrar a Sánchez. Otros socialistas lo tildaron de “ironía”. Pero está por ver en qué para todo esto y cuál es la respuesta final de Sánchez, que quiere ser presidente a toda costa. Puede ocurrir que, igual que hace la pobre Vienna en la película, le acabe respondiendo a su pretendiente:

-¡Cómo te he esperado, Johnny! ¿por qué has tardado tanto?

César Calvar

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