Me considero, como es natural, incapaz de adivinar lo que ocurrirá este sábado en el comité federal del PSOE. Intuyo alguna 'sorpresa', porque me sigue costando creer que los socialistas aprueben así como así, sin mayores pegas, una coalición con Podemos y con sus exigencias. Sospecho que desde el comité federal se impondrán condiciones draconianas a Pablo Iglesias y sus huestes, condiciones que estos no aceptarán, porque, en el fondo, no arden precisamente en deseos de llegar a un acuerdo de gobierno con el PSOE… y con las otras fuerzas, nacionalistas y claramente separatistas, con las que habrían de pactar para poder lograr la investidura de Pedro Sánchez.
Así que, imagino, los socialistas saldrán del encuentro del máximo órgano decisorio del partido entre congresos rechazando de nuevo públicamente cualquier acercamiento al Partido Popular, por un lado, y haciendo virtualmente imposible el acuerdo con Podemos, por otro; es, al menos, lo que esperan quienes, desde el socialismo, recelan de una aproximación a la formación morada, que «quiere engullirnos», dicen. Entonces, si no hay pacto ni con el PP ni con Podemos, ¿se bloquea cualquier acuerdo? ¿Habrá que repetir las elecciones, que, en las condiciones actuales, amenazarían con derivar en el mismo bloqueo actual? Oh, Dios mío: ¡es la crisis, estúpido!
Siempre se ha dicho que los momentos de crisis total son los mejores para fabricar soluciones duraderas, y que de las crisis se sale fortalecido… siempre y cuando los dioses que quieren perder a los hombres no los cieguen. Y, una vez que Pedro Sánchez, el irreductible secretario general del PSOE, quien, por lo que se intuye, ha contraído esa ceguera, no acepta las ofertas con aroma de canto de sirena que le llegan desde los mares de La Moncloa -un acuerdo de gobernabilidad en autonomías y municipios, un pacto programático de reformas–, no queda sino buscar otras vías para llegar a investir a alguien que garantice la gobernabilidad.
Solo se me ocurre ya que el Rey pueda encargar la semana próxima al líder de Ciudadanos la formación de un Gobierno para una Legislatura abreviada a, por ejemplo, dos años, y que esa propuesta sea respaldada por 'populares' y socialistas, que tanto afán muestran ahora por llegar a un acuerdo con el 'novio perfecto y deseado', es decir, con Albert Rivera; pienso que, con todas sus carencias, Rivera es ahora el único unánimemente aceptado por los dos grandes partidos nacionales, aunque jamás vaya a serlo para los nacionalistas.
Rivera es ahora el único unánimemente aceptado por los dos grandes partidos nacionales
En esos dos años, y con un Ejecutivo de técnicos, de socialistas, de 'populares', de independientes y de personas procedentes de otros partidos que acepten la fórmula, se elaborarían las reformas imprescindibles para afrontar con garantías unas nuevas elecciones, entonces ya con los 'agujeros' que ahora evidencian la Constitución, la normativa electoral y los reglamentos de las cámaras parlamentarias, subsanados. De esa manera, Rajoy y Sánchez podrían quedarse al frente de sus respectivos partidos, organizando entretanto los congresos de sus formaciones, que ya les llega el plazo para celebrarlos; a partir de ahí, si los militantes del PP deciden seguir con Rajoy al frente, pues adelante. Y lo mismo vale para el PSOE y Sánchez.
Es obvio que esta salida, que habría de pactarse entre las tres formaciones y que sería una variable de esa 'gran coalición' que, en su versión clásica -pacto PP-PSOE- parece imposible, tiene sus inconvenientes y tendrá sus detractores, que señalarán que el sacrificio exigido al PP, al fin y al cabo ganador de las elecciones del pasado 20 de diciembre, es demasiado grande. También es considerable el sacrificio del PSOE y hasta, si se me apura, el de Ciudadanos, condenado al desgaste que supone gobernar introduciendo muchos cambios, pero disfrutando muy poco de los goces que el poder depara: en dos años apenas habría tiempo para otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar por la regeneración política de España. Que buena falta hace, como estamos viendo con las actuaciones estos días de algunos, bastantes, líderes partidarios: los egoísmos, personalismos y la falta de visión imposibilitan cualquier operación imaginativa, generosa y que tenga un aroma a Estado.
En todo caso, yo prefiero que sean los partidos los que se quemen en la pira purificadora, cosa que probablemente merecen, antes de que sea el conjunto de los ciudadanos el que se vea en la hoguera. Que, a este paso, y si nuestros líderes políticos no lo remedian, que parecen lejos de querer remediarlo, acabaremos todos abrasados.
Fernando Jáuregui