Últimamente, no paran de escucharse invocaciones a la moderación y la estabilidad. Hermosos y loables principios, guías sin duda de una actuación de gobierno sensata e incluyente. El problema, o la trampa, con todo está no en las palabras, sino en quien las pronuncia.
Al Partido Popular y sus adláteres, que son muchos y están en todas partes, se les ha dado por proclamar la necesidad de un gobierno de tales características. El problema, sin embargo, es que viniendo de donde vienen tales propuestas traen el sabor, y las consecuencias, de la cicuta.
El PP ha tenido cuatro años de mayoría absoluta, absolutísima, absolutista, para practicar la moderación y la estabilidad. ¿Ha sido moderado recortar las prestaciones por desempleo a los parados? ¿Lo ha sido recortar las becas a los estudiantes? ¿Acaso encarecer la sanidad a los pensionistas o excluir de ella a los inmigrantes? ¿Y el trato a los dependientes? ¿Y el acoso a los derechos de las mujeres? ¿Considera alguien estable la situación de España tras cuatro años de Rajoy en La Moncloa? ¿Ha logrado estabilidad en Cataluña? ¿Ha hecho algo por la estabilidad su respuesta ante la degradación de su partido?
Desde luego, la actuación de gobierno de Mariano Rajoy y el Partido Popular ha estado en las antípodas de la moderación y la estabilidad: ha sido radical contra los derechos de la ciudadanía y ha desestabilizado la cohesión social y territorial de nuestro país. ¿Cuatro años más es lo que necesita España? No, cuatro años de más son los que ha tenido: cualquier prórroga no haría más que ahondar las brechas de un país desbaratado por un presidente cuya única guía de actuación es su propia supervivencia.
Si alguien tenía alguna duda, su actuación ante Felipe VI la habrá despejado.
Como ya he dicho en estas páginas, no me sorprendió en absoluto el quiebro de Mariano Rajoy ante el rey. Era lo más previsible conociendo al personaje: nunca le ha importado sacrificar el crédito de las instituciones por salvar su posición. En el fondo, aceptar la investidura habría supuesto evidenciar lo que todos saben: que tras el resultado cosechado el 20-D la única puerta que le queda a Mariano Rajoy por abrir es la de salida y no iba a renunciar a hacerlo en el momento que más le convenga. A fin de cuentas, que todo el mundo sepa por quién doblan las campanas, no significa que uno esté dispuesto a darse por aludido.
Si a algo no estaba dispuesto Mariano Rajoy era a prestarse al único favor que podría haberle prestado a la democracia española: encarar un debate para poner punto final a una legislatura para el olvido, un debate catártico para dar carpetazo a un presidente y un partido que han gobernado desde la soberbia y el desprecio. Pero a Rajoy no le alcanzan las miras más allá del diámetro de su cuerpo.
No obstante, con la conclusión de la segunda ronda de contactos del rey, se ha acabado el tiempo de los quiebros, los cálculos, las espantadas. Ha llegado el tiempo de las decisiones.
Tras demostrar su absoluta soledad parlamentaria, su incapacidad para poner encima de la mesa propuestas con que entablar un diálogo constructivo con las demás fuerzas, su absoluta desidia al ni siquiera intentarlo y su falta de altura y de respeto institucional, a Rajoy sólo le queda una decisión por tomar: marcharse o que le echen. Rajoy debe dejar de actuar como el perro del hortelano, para que de una vez se desbloquee la posibilidad de que España pueda contar con un gobierno de cambio, progresista y reformista.
Una opción que no es fácil, pero que es factible.
Lo es siempre y cuando Ciudadanos asuma lo que predica y demuestre su inequívoca voluntad de sentarse a dialogar sin exclusiones sobre una agenda reformista que permita promover un verdadero pacto por la regeneración de la vida pública, impulsar reformas institucionales y un nuevo modelo productivo.
Lo es siempre y cuando Podemos se deje de escenificaciones teatrales pensadas para atraer los focos y desenfocar las cosas. Puede ser muy satisfactorio para el ego salir a dar una rueda de prensa autoinvestido vicepresidente y regalando cargos ministeriales a diestro y siniestro. Pero, además de pueril, es irrespetuoso e inútil para construir una alternativa seria de gobierno que combata la precariedad y la desigualdad rampantes y reconstruya los pilares del Estado del Bienestar.
Ya va siendo hora de dejar de marear con la forma y entrar al fondo.
José Blanco