En la mejor tradición galaica de la espera, Mariano Rajoy aguarda a que se produzca un milagro. Y que sea con fecha de mañana por la mañana, tras la prevista audiencia del Rey a Pedro Sánchez. Espera que el Rey encargue formar gobierno al demediado secretario general del PSOE (90 diputados). Encomienda envenenada vistos los resultados electorales y las reiteradas advertencias de algunos líderes socialistas regionales ante un eventual pacto con Podemos. De lo que Mariano Rajoy no quiere ni oír hablar es de que pese a lo ocurrido en la anterior ronda de audiencias -declinó la oferta para formar gobierno, un desaire sin precedentes en la reciente democracia- el Rey pudiera reiterar el encargo. Cruza los dedos para que no se repita para no tener que rechazar otra vez el encargo. El milagro que espera Rajoy es que Pedro Sánchez se estrelle. Que impulsado por la ambición (todos los políticos son ambiciosos, a la política se llega bajo la fascinación hipnótica del poder), rebase las líneas de alerta trazadas por algunos de los pesos pesados de su partido espantados ante la idea de un acuerdo con Pablo Iglesias. Se les aparece en sueños el espectro del PASOK, otrora partido hegemónico en Grecia y hoy convertido en un grupo parlamentario residual (5 escaños). A Rajoy quien se le aparece en sueños es su paisano Camilo José Cela. El Nobel que convirtió en lema de su escudo de marqués el famoso aforismo latino: el que resiste, gana. Un milagro y un lema en los que Rajoy confía para pasar página sobre la derrota sufrida el pasado 20D (122 diputados, sesenta escaños menos) e intentar mejorar el resultado en una nueva cita con las urnas. Rajoy quiere nuevas elecciones. Lo mismo, por cierto, que Pablo Iglesias. Ambos confían en liquidar al Partido Socialista. Sánchez lo sabe y por eso jugará hasta el final sus cartas. Puede perder en el envite, pero lo habrá intentado. Lo de Mariano Rajoy, no tiene precedentes y siembra entre los suyos la semilla de la desazón. Hay quien piensa que visto su juego más que la solución, Rajoy es ya un problema para el PP.
Fermín Bocos