“Estábamos al borde del abismo y dimos un paso al frente”. Esta peculiar declaración de principios fue pronunciada por el vicealmirante Hugo León Márquez durante la dictadura militar uruguaya (1973-1985), en la que ejerció como Comandante en Jefe de la Armada golpista. La sentencia pretendía ser la parte poética de un discurso con que el tosco marino intentaba justificar el golpe de Estado de sus compinches.
La frase aún hoy provoca carcajadas entre quienes la oyen por primera vez. Porque si uno sabe que está ante un abismo y avanza un paso, lo normal es que se despeñe. De ahí que un servidor no pueda hacer otra cosa que recordarla y sonreír cada vez que oye que alguien ha decidido dar un paso al frente para acometer una empresa difícil.
El último en hacerlo en España ha sido Pedro Sánchez, quien la semana pasada dio un paso al frente para tratar de formar un gobierno que ponga fin a cuatro años de marianismo. Vaya por delante que, bromas aparte, el secretario general del PSOE nada tiene que ver con el estrafalario militar uruguayo citado arriba. El líder socialista tiene toda la legitimidad emanada del resultado de unas elecciones y de las instituciones del Estado, incluida la Corona.
Pero Sánchez lo tiene muy difícil y está por ver si no acaba también despeñado cuando termine la negociación que acaba de iniciar para tratar de seducir a sus adversarios.
Los motivos para tanta dificultad radican en que el líder socialista tiene ante sí al Parlamento más fragmentado de la democracia; sus 89 escaños no le permiten hacer nada en solitario y tiene enfrente dos contrapesos (Podemos, con el corrosivo Pablo Iglesias a la cabeza, y Ciudadanos, el partido de Albert Rivera), que juntos suman más diputados que él.
De ahí que, para intentar ser presidente -sin contar con el PP-, Sánchez se haya lanzado a explorar la opción de recabar el respaldo manifiesto de al menos uno de ellos y el permiso tácito del otro en forma de abstención en la investidura. Pero ni siquiera así tendría nada asegurado, pues aún en el caso de lograr el apoyo de Ciudadanos y la abstención de Podemos, Sánchez necesitaría también que los independentistas de ERC y DiL se lavaran las manos.
Está por ver qué ocurre este viernes en la reunión entre Sánchez y el peleón Iglesias. De momento ningún partido renuncia a sus vetos, fobias y filias. Sánchez no quiere saber nada de Rajoy, quien a su vez dice que votará ‘no’ a Sánchez. Ciudadanos señala que no participará en un pacto con Podemos y Podemos –hasta ahora- tampoco quiere nada con Ciudadanos. Rivera querría entenderse con Sánchez y Rajoy, pero el jefe del PSOE preferiría sacar a Rajoy de la ecuación y meter a Iglesias. Mientras, el presidente del Gobierno en funciones sigue anulado y sin margen de maniobra.
De lo anterior quedan claras tres cosas. En primer lugar, la buena sintonía entre el PSOE y Ciudadanos, que acentúa su papel de partido bisagra. En segundo término, ese entendimiento entre Sánchez y Rivera –más táctico que real, pues repetir las elecciones podría ser desastroso para ambos- no basta para conformar una mayoría suficiente, aún con el permiso de Iglesias. Haría falta también la abstención de los independentistas catalanes, que no saldría gratis. Por último, el empecinamiento de todos los partidos en los vetos conduce a la repetición de las elecciones, una opción que para Pedro Sánchez puede parecer suicida pero que el secretario general de los socialistas puede considerar preferible a una muerte humillante a manos de los suyos.
El líder del PSOE puede haber dado un paso al frente para caer al abismo, como hicieron los golpistas uruguayos y tan bien narró el vicealmirante Márquez. O no, que diría Rajoy en este punto. Por cierto, el ínclito marino uruguayo dejó otra frase memorable: “La situación era crítica y dimos un giro de 360 grados”. Es decir, obligaron al país a dar una vuelta completa sobre sí mismo para quedarse igual que estaban al principio. Que tome nota Pedro Sánchez.
César Calvar