Por azares del destino difíciles de explicar, me encuentro en Benidorm de vacaciones en Diciembre. No sé cómo he llegado a esta situación, pero algo tiene que ver el asunto económico y mi amor por esa gran ciudad del Levante español, cuna del biquini y el macho ibérico. Además se encuentran las ganas de huir unos días de Madrid, que por estas fechas navideñas no hay quien lo aguante, sobre todo el “puente de los paletos” o de la Constitución, que se llena de foráneos preguntando por la ubicación de la estatua del oso-o la osa- y el madroño.
El hotel está francamente bien-en España podemos presumir de hospedería-, aunque la decoración está pensada por un enfermo terminal de rutina según mis gustos. Como es “todo incluido”, bajo al comedor a una hora adecuada para llenar la panza. Inmediatamente soy bloqueado al mejor estilo NBA, por una barahúnda de jubiletas que no se han conformado con mirar obras y gracias a la magnanimidad del estado, se van de viaje a la playa.
Tras una lucha feroz por alcanzar una mesa libre y diversos combates individuales para llenar el plato en el bufet, alcanzo el éxtasis sentado tranquilamente deglutiendo una fideua que no se la salta un gitano. En esas estoy cuando escucho mi nombre entre el murmullo de los presentes:
-¡Pepe! ¡Pepe macho! ¿Qué haces aquí?
Lo reconozco enseguida. Se trata de Alfonso, mi colega del alma. Un desgarra-sabanas de mucho cuidado. Coge su plato sin pensarlo y se sienta a mi lado. No saludamos efusivamente y tras unas breves palabras de compromiso charlamos un poco más tranquilos. Alfonso es un tipo excepcional. A pesar de rondar la cincuentena sigue siendo guapo y un hombretón, además de un cachondo mental. Dice que sigue meando a oscuras para no asustarse al ver las proporciones de su miembro. Siempre ha sido así: dicharachero, un poco zascandil, aficionado a torear en plazas ajenas, pero todo corazón.
-¿Qué es de tu vida?-pregunto con curiosidad.
-Ya ves, pasando unos días de vacaciones-contesta locuazmente-. No puedo permitirme otra cosa. Estoy completamente arruinado. Las pensiones de mis hijos me han dejado en la indigencia. Y si los viese, pues todavía, pero la bruja de su madre no me lo permite.
Estoy completamente arruinado. Las pensiones de mis hijos me han dejado en la indigencia
-¡Joder!-respondo-Tu tenías un régimen de visitas, creo recordar ¿Lo has denunciado?
-Si claro, pero como si nada. A los jueces se la pela ¿Recuerdas un anuncio en la televisión de una modelo que no sé qué recomendaba y que una voz en off decía: fulanita, modelo y madre?
Asiento con la cabeza.
-Pues eso-continúa Alfonso-. Ser madre es un mérito. Ser padre, un cajero automático sin derecho alguno. De acuerdo que yo la deje por otra, lo reconozco, pero en ningún momento se me ha permitido ser padre. Ella, completamente despechada, ha utilizado a los niños contra mí, para amargarme la vida; para lograr que me encuentre solo. No puedo luchar contra el sistema. Está muy bien organizado. España es un país donde si sorprendes a tu mujer con otro en la cama, sales de la casa, pagas las pensiones de los niños y la mitad de la hipoteca. Si al contrario, es ella la que te sorprende a ti, sales de la casa igualmente, pagas las pensiones y la mitad de la hipoteca. De una forma u otra, el varón sale perdiendo. Y no te pases un pelo que te denuncia y vas al talego.
Noto que los ojos se le humedecen un tanto. Su voz se quiebra por momentos.
-Es injusto-apostillo-. Ser padre también es muy difícil y además un mérito.
-Todo es injusto-prosigue-, por supuesto. Las mujeres me han dado lo mejor y lo peor de mi vida. Ellas llevan al bebé nueve meses en el vientre y con eso es suficiente. Los hijos son suyos, amigo mío. Los hombres no pintamos nada. Resulta curioso que en los tiempos que corren el machismo masculino ha sido reemplazado por el machismo femenino. Nuestra obligación es pagar y punto. No servimos para otra cosa. Así ves a tantos jóvenes que no quieren comprometerse, que pasan de todo. Nuestro papel en esta obra ha sido borrado de un plumazo. Y mientras tanto, miles de hombres han visto su vida arruinada, apartados de sus hijos sin misericordia alguna, viviendo en condiciones precarias. Por supuesto que también hay hijos de puta, pero ellas tienen la sartén por el mango: hacen y deshacen a voluntad.
Detiene un momento la plática para secarse los ojos y continúa:
-De niño me enseñaron que a las mujeres se las respetaba y quería. Me enseñaron que no hay nada más hermoso que ver crecer a tus hijos. Pero es mentira. Solo pretendo que mis hijos me conozcan, me quieran a pesar de no vivir con ellos ¿es muy complicado de entender?
Alfonso se levanta de improviso dirigiéndose al servicio. Me quedo a solas con mis pensamientos. Reconozco que tiene razón en sus argumentos. Ser hombre actualmente está penalizado. Ser padre es un estado civil. Hemos perdido la humanidad y lo terminaremos pagando caro. En el nombre del padre exijo que se nos permita serlo. Ni más, ni menos.
Pasados unos meses me llega una triste noticia: Alfonso se ha suicidado comiéndose cuarenta viagras. Siempre fue un fenómeno.
José Romero