Tienen mala imagen, se sitúan en mitad de una cadena a la que no aportan valor y suben el precio final a costa de rebajar ingresos al resto de participantes. Desconozco en qué mejoran el producto figuras como los notarios o los registradores de la propiedad -la segunda categoría sólo la he conocido como súbdito-, si se trata de garantizar un acuerdo podría el Estado avalarlo sin coste ni subcontratación. Aunque no siempre es así.
Intermediario es quien recoge la leche en la granja y la acaba poniendo en el punto de venta cerca de mi casa, se triplica el precio pero hay que reconocer un proceso de pasteurización, envasado y transporte que quizá lo valga. El precio final de la cerveza o un perfume es fundamentalmente transporte y promoción, pura intermediación.
Otro misterio es que cuando uno acude al origen no puede comprar un litro de leche a treinta céntimos de euro, aún habiendo eliminado toda la cadena de intermediarios; en este caso el productor asume los beneficios de las fases en las que no participa. Si esto es categoría, no podemos prescindir de la cadena.
La revolución de las telecomunicaciones ha provocado una crisis casi existencial de los intermediarios -mediadores, en término más elegante- en ámbitos como la política y la comunicación.
La democracia directa o el periodismo ciudadano permiten ejercer nuestro voto inmediato en Change.org o transmitir un suceso con nuestro teléfono inteligente -acertada expresión, como la de gas natural- en cualquier momento y lugar.
Reconozcamos que ciertos cambios sociales y tecnológicos han cambiado el escenario en el que tradicionalmente se han desarrollado la política y el periodismo.
Lo que está en crisis sin embargo son modos y formas de comportarse inalteradas en cien años, es decir, estamos en crisis muchos periodistas, no el periodismo; viven al margen de la realidad a la que deben representar muchos diputados, lo que no se arregla dinamitando el Parlamento.
Volviendo al principio, la sociedad pone hoy en cuestión el papel innecesario de muchos comportamientos profesionales, no la imprescindible labor de mediación que debe ejercer un profesional de la comunicación entre lo que ocurre, su interpretación y el ciudadano que no se dedica a estas cosas.
La sociedad pone hoy en cuestión el papel innecesario de muchos comportamientos profesionales
La demagogia de quienes ni creen ni necesitan de la política, muchos en ella instalada, les lleva a utilizar el descontento ciudadano para rebajar número de diputados -empeora la representación-, eliminar incluso el sueldo de parlamentario, recortar en subvenciones y financiación de partidos o grupos parlamentarios, lo que despeja el camino para la actuación de millonarios o corruptos, a veces combinados.
En el caso del periodismo a lo anterior se une que ha crujido el modelo de negocio por el que funcionaba cualquier periódico, y las principales cabeceras han perdido un 15% de venta en papel sólo en el último año cuando vivimos el momento de la historia que más información se lee y consume.
El periodista y el político que no crean valor están condenados a la extinción, no así quien ofrezca lo que exige el ciudadano en la sociedad actual.
Uno sospecha que el futuro pasará también en estos campos por fórmulas de éxito ya comprobadas, una plataforma tecnológica ágil más el trabajo profesional del mediador y que culmina con la colaboración entusiasta del ciudadano aportando contenidos e intereses.
Algo parecido está detrás del éxito de Amazon o eBay, que ha convertido en multimillonarios a sus principales accionistas quienes, curiosamente, han dedicado su patrimonio -en una pequeña proporción- a invertir y hacerse con la propiedad, el primero, de The Washington Post, medio tradicional donde los haya; el segundo a impulsar The Intercept, medio innovador donde los haya.
El comportamiento de Jeff Bezos y Pierre Omidyar sólo puede responder a dos opciones: o les importa un carajo la rentabilidad económica del medio en el que han invertido, se conforman con la influencia; o apuestan por un nuevo modelo de periodismo y de negocio periodístico, que ya está tardando porque su irrupción en casa ajena se produjo hace ya un par de años.
Resumiendo: crisis de intermediarios obsoletos; y a seguir buscando indicios de aquéllos que puedan marcar el futuro de la política y de la comunicación, aunque probablemente ni ellos mismos lo sepan en este instante. Entre la vaca y la nube del cortado hay espacio para la innovación, incluidos los extremos de la cadena.
Carlos Penedo