jueves, noviembre 28, 2024
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El carnaval político de Pablo Iglesias… y otros

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Seguramente, cuando Pablo Iglesias decidió enfundarse un viejo smoking, que no le quedaba demasiado bien, para acudir el sábado noche a la gala de los premios Goya, lo hizo pensando, con su innato sentido de la imagen y la publicidad, en que su foto iba a ocupar las portadas de los periódicos al día siguiente, oscureciendo al premiado Ricardo Darín y al 'premiante' Mario Vargas Llosa, ese Nobel de Literatura, ya saben, que es pareja de Isabel Preysler. Hay que reconocer que Iglesias casi -casi- lo consigue: estuve unos minutos con él en la recepción, de madrugada, tras la entrega de los premios cinematográficos, y los corrillos en su torno eran más numerosos que los de Albert Rivera, que compareció también con smoking, y Pedro Sánchez, que lo hizo con un traje sin corbata, lo que no casaba demasiado bien con la situación ni la ceremonia. Iglesias estaba en su particular carnaval; de hecho, lleva meses en ese carnaval, quitándose lentamente, como me comentó un significativo asistente que parecía conocerle bien, la careta.

Iglesias estaba en su particular carnaval; de hecho, lleva meses en ese carnaval

El caso es que en esta semana, potencialmente otra semana crucial, que se nos echa encima, Iglesias va a ser uno de los cuatro protagonistas principales en la nueva partida de ajedrez que se inicia en busca de pactos para formar Gobierno, tras el fracaso del encuentro el pasado viernes entre el líder de Podemos, que advierte contra cualquier acuerdo con Ciudadanos, y el secretario general del PSOE, que a toda costa necesita incorporar a Albert Rivera a cualquier acuerdo que le haga llegar a La Moncloa. Supongo que el cuarto protagonista será, todavía, Mariano Rajoy. O quizá se convierta en el principal protagonista, quién sabe.

A Rivera, cuando lo encontré, algo aislado, en la gala del sábado noche, quien suscribe le reconoció que es quien parece estar manteniendo la cabeza más fría en el guirigay político que nos han montado nuestros representantes. Pero su mano, tendida a derecha -no quiere a Rajoy en los acuerdos a los que pueda llegar con el PP- e izquierda -rechaza a Podemos como 'apéndice' del PSOE-, tiene que esperar. Primero, Sánchez tiene que ver si puede salvar los muebles y llegar a algo con Iglesias, e Iglesias tiene que convencernos de que no está continuamente poniendo vallas en el camino de los posibles acuerdos precisamente porque no quiere llegar a ellos y le conviene, porque así se lo dicen las encuestas, que se repitan las elecciones. Y, claro, también está lo del encuentro, posible, pero aún no concertado para esta semana, entre Sánchez y el 'repudiado' Rajoy, que no quiere enterarse, y no solamente por razones personales, de que con él cualquier pacto es imposible. Y que se convirtió, desde luego, en el gran ausente de una gala a la que casi nunca, no obstante, ha asistido un presidente del Gobierno, y menos si está en funciones.

Rajoy ahora significa, al menos para él y para la mayoría de los suyos -que están actuando con admirable disciplina, aunque la procesión vaya por dentro-, lo estable, lo de antes, lo que iba bien y se ha truncado. Para Sánchez, el presidente en funciones es la encarnación de lo que va mal, de la corrupción, del apego a lo caduco; mientras que Rajoy piensa que el socialista es un niño mal educado, ambicioso y frívolo, casi una desgracia para el país. Así que imposible pactar entre ellos porque, además, se repelen mutuamente. ¿Significaría ese tan comentado 'paso a un lado', que Rajoy no parece dispuesto a dar, el comienzo de un desbloqueo hacia un acuerdo tipo 'gran coalición', signifique ahora lo que signifique eso? Temo que, para Sánchez, nada diferente a su instalación en La Moncloa bastará. Y para Rajoy todo será insuficiente si no se le reconocen públicamente los méritos contraídos en la Legislatura acabada en diciembre, y eso significa seguir en el timón un tiempo más. Así, aunque Iglesias se vista de camarero y a Rivera le produzca agujetas esa mano tendida y mediadora, no iremos muy lejos.

Claro que quienes tratamos de seguir de cerca este maratón de encuentros, culminados con interminables ruedas de prensa en el Congreso de los Diputados, nos quedamos siempre con la sensación, sin duda algo cierta, de que, entre bambalinas, la partida de ajedrez que se juega está mucho más avanzada de lo que nos muestran, pese a tantas promesas de transparencia. Porque si lo que de verdad está pasando no pasa de ser lo que se ve desde la calle, apañados vamos: o tardará muchas semanas en haber un acuerdo, quién sabe qué acuerdo, o habrá que repetir elecciones, con lo que no tendremos un Gobierno efectivo hasta, en el mejor de los casos, después del verano. Y todo lo que está a la espera, o paralizado, así seguirá hasta entonces. Pagarán caro, quienes aspiran a representarnos, este carnaval político. Pero lo más probable es que los ciudadanos acabemos pagándolo más caro aún.

Muchos de los que encontré en la magnífica gala del cine organizada por Antonio Resines, desde cineastas hasta escritores y colegas, me preguntaban por mi apuesta de futuro, conscientes de que yo era uno de los pocos asistentes allí que acuden regularmente, para ver 'in situ' lo que va pasando, a esas citas informativas en el Congreso, precisamente con esos mismos líderes que por allá pululaban -aunque a Sánchez no le vi en la multitudinaria recepción tras la ceremonia-.

A todos los que preguntaban les dije, claro, que no confiasen en alguien, como quien suscribe, que tiene que enfrentarse a la corteza de los árboles, lo que le dificulta ver el árbol y le imposibilita ver el bosque. De todas formas, me arriesgaba lo imprescindible en mi respuesta. ¿Mi apuesta?, les decía; mi apuesta es que los líderes no tendrán otro remedio que arriar esas orgullosas banderas que ahora enarbolan, olvidar esos vetos apriorísticos que todo lo empantanan, dejar de trazar líneas rojas y de imponer exigencias incompatibles con la actual legalidad (otra cosa es que luego esas leyes se cambien). Habrán de olvidar personalismos, dar pasos a un lado, enterrar cuchillos cachicuernos con los que se apuñala por la espalda al propio mientras se sonríe falsamente al adversario.

Y entonces, en algún momento antes de que se repitan unas elecciones que solamente los promotores del carnaval quieren para enterrar la sardina a la que han arrimado el ascua, llegarán la paz y un acuerdo razonable. Que, sospecho, se parecerá bastante a una 'gran coalición sui generis', en la que entrarán más de los que ahora se prevé, quizá hasta llegar a un Gobierno provisional de concentración, que empiece a arreglar las tuberías por las que se cuela el agua. Porque otra cosa, confesaba a mis interlocutores, no acabo de verla. Excepto, claro, el agua que entra a raudales.

Fernando Jáuregui

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