lunes, septiembre 23, 2024
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¿Quién defiende a Europa?

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En la campaña de las últimas elecciones europeas defendí la necesidad de que Europa devolviera la esperanza a la gente o la gente perdería definitivamente la esperanza en Europa. Una reflexión que nacía de un contexto de profunda crisis económica de consecuencias sociales brutales por el camino escogido para superarla: un camino erróneo de austeridad que se había cobrado millones de empleos, debilitado seriamente la red de seguridades básicas construida desde el final de la II Guerra Mundial con la creación del Estado del Bienestar y, lo más dramático, que amenazaba con barrer las expectativas de futuro de toda una generación de jóvenes a las que se negaba la oportunidad de construirse una vida a través de su integración en el mercado laboral.

Lo cierto es que el inicio de la legislatura europea parecía querer corregir el rumbo. Lejos de la austeridad, los recortes, el déficit, la agenda política empezó a girar sobre la necesidad de impulsar la inversión productiva, flexibilizar el pacto de estabilidad, poner coto a los desmanes que llevaban a un número vergonzante de multinacionales a apenas pagar impuestos allí donde generaban sus beneficios.

El inicio de la legislatura europea parecía querer corregir el rumbo

El Plan Juncker de inversiones estratégicas, la estrategia más expansiva adoptada por el Banco Central Europeo, la revisión de la aplicación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, la Iniciativa Juvenil o la comisión de investigación sobre los tax rulings, entre otras medidas, parecían allanar el camino a esa salida diferente de la crisis, más centrada en la inversión y menos en el ajuste, más en línea con lo que la administración Obama había demostrado al otro lado del Atlántico que realmente funcionaba y sin castigar inmisericordemente a los ciudadanos. Incluso el informe de los cinco presidentes -Comisión, Consejo, Parlamento, BCE y Eurogrupo- nos hacía soñar con la construcción del pilar social de la Unión Europea.

Sí, parecía que esta Europa renqueante, que en cada Cumbre Europea cuando ya parecía imposible lograba evitar el abismo, empezaba a tomar otro rumbo, a suturar heridas, a pensar en su futuro, a avanzar hacia esa unión “cada vez más estrecha” consagrada en los tratados fundacionales… Pero entonces los atentados terroristas, la deriva autoritaria en Hungría y Polonia, la crisis de los refugiados y el referéndum británico nos devolvieron a la cruda realidad de una Europa atenazada por el crecimiento del nacionalismo, los populismos y la falta de credo europeo de sus líderes.

La gestión de los atentados terroristas ha puesto en evidencia la debilidad de las estructuras nacionales y europeas para combatir la radicalización de determinadas capas de la sociedad, pero también la falta de coordinación y de intercambio de información entre los servicios de inteligencia de los Estados miembros. Fallos que no hacen sino alentar las calderas de los movimientos populistas y nacionalistas que están resurgiendo en nuestro continente.

Más graves todavía son las consecuencias de la nefasta gestión de la crisis de refugiados. Al lamentable espectáculo de mercado persa dado durante la negociación de las cuotas de reparto de los refugiados que se agolpaban a las puertas de Italia y Grecia, a la incapacidad para frenar las constates muertes de seres humanos en las costas del Mediterráneo, a la vergonzosa construcción de vallas en el propio interior de la Unión Europea y la aprobación de leyes de confiscación de bienes de los refugiados, a todo ello se ha venido a sumar el absoluto fracaso del sistema de relocalización -de un compromiso de 160.000 a la realidad de unos cientos- y el cuestionamiento de uno de los grandes logros de la Unión Europea como es el espacio Schengen.

Por si todo ello fuera poco, la oferta lanzada por el presidente del Consejo Europeo para evitar la salida de Reino Unido del club europeo no solo añade freno al proceso de construcción europea -poder de veto sobre nueva legislación europea a los parlamentos nacionales, ¿en qué posición queda la única institución elegida por la ciudadanía europea, el Parlamento Europeo?-, sino la posibilidad de marcha atrás en un ámbito crucial como la libre circulación de los ciudadanos, al poder negar beneficios sociales a los ciudadanos europeos no británicos, en lo que constituye una medida populista e inconsistente cuando el propio Gobierno británico se ha visto obligado a reconocer que el número de solicitantes es muy inferior a lo pregonado.

Vista la respuesta a los desafíos que encara nuestro mayor logro colectivo, uno se pregunta seriamente si quedan líderes con una visión integral e integradora de Europa, líderes propiamente europeos. ¿Quién defiende a Europa?

 

José Blanco

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