jueves, noviembre 28, 2024
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El analfabeto que defendió su bandera

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Eran tiempo duros, donde la escasez, la incultura y el hambre hacían estragos entre los españoles. En mil setecientos sesenta y seis nació en Montemolin (Badajoz) Nicolás Martin Alvarez, hijo de un carretero y una mujer de condición humilde llamada Benita Galán. Era un niño fuerte y espabilado, que muy pronto enardeció su espíritu debido a las narraciones que su madre le narraba en las noches de duro invierno. Historias sobre los hechos de su padre, Don Pedro Alvarez, que había alcanzado el empleo de Sargento defendiendo la causa de su Rey, Felipe V. Don Pedro había sido licenciado al perder un brazo en combate, defendiendo la ciudad de Badajoz, en lucha contra portugueses, ingleses y austriacos, no teniendo otro remedio que dedicarse al humilde trabajo de transportar mercancías de un lugar a otro.

Muerto su progenitor prematuramente, Nicolás continúo con el oficio, enamorándose de una muchacha de la localidad, pero a la vuelta de uno de sus viajes, el joven se encontró con la muerte de su madre y los esponsales de su amada-casi a la fuerza-, con otro hombre más rico que él. Despechado y hundido, decidió que el único camino que la vida le aportaba era incorporarse a la milicia, concretamente a la caballería que era muy de su gusto.

Viajó a Sevilla con el propósito de alistarse, pero por azares del destino terminó alistándose como granadero en la infantería de marina. Cumplió su instrucción en Cádiz, y posteriormente fue destinado al buque “Gallardo” como soldado raso, perteneciendo a la Tercera Compañía del Noveno Batallón. Participó en la toma de la ciudad francesa de Tolón, ya que España era aliada por aquel entonces de Inglaterra, en contra del Directorio nacido en la Revolución francesa. Tras la victoria anglo-española, donde se nombró Gobernador de aquella plaza a Don Francisco de Gravina-¿le recuerdan?-, continuó con diferentes viajes y acciones de escolta y combate. El viento del mar le azotaba la cara, el fragor de los cañones y mosquetes soltaban su espíritu y por primera vez sintió la libertad en la aventura del mar.

El uno de Febrero de mil setecientos noventa y siete fue destinado al “San Nicolás de Bari”, un barco de setenta y cuatro cañones, bajo el mando del Capitán de navío Don Tomas Geraldino, que partió al cabo de San Vicente para combatir contra el inglés, ya que de nuevo España había cambiado de bando y en ese momento era aliada de Francia. La flota española se encontraba bajo el mando de Teniente General Don Francisco Javier Morales, aquel catorce de Febrero de infausto recuerdo para nosotros.

La agrupación inglesa, al mando del Almirante Jervis, sorprendió a la española mal dispuesta tácticamente en dos grupos, iniciándose el duro combate. En un momento determinado, el entonces Capitán Nelson, que mandaba el “ HMS Captain”, abandonó la línea y desobedeciendo órdenes se lanzó contra un grupo superior de bajeles españoles.

El barco de Nicolás Martin Alvarez se defendió con bravura, pero casi toda la tripulación estaba herida o muerta tras horas de lucha. Los navíos españoles comenzaron a arriar bandera, rindiéndose al enemigo, pero el San Nicolás de Bari, no lo hizo. La bandera de España-rojigualda precisamente-, continuaba arbolada, defendida por el granadero Martin Alvarez y su comandante Tomas Geraldino, que herido de muerte, dio sus últimas ordenes al joven soldado: “Di a tus compañeros que se rindan después de muertos”. Nicolás las cumplirá, con la lealtad digna de un héroe.

Un oficial inglés, abordó el barco con unos cuantos hombres con el propósito de hacerse con la bandera. Nicolás Martin Alvarez, henchido de furor guerrero, el rostro oscurecido por la pólvora mezclada con el sudor, lo atravesó con su sable, con tanta fuerza que lo clavó-al sable y al oficial- contra la madera. Como no pudo extraer el arma blanca, protegió la bandera con la culata de un mosquete, dando muerte a otro oficial e hiriendo a otros dos soldados. Al final, fue acribillado a disparos, pero sin rendirse. Fue dado por muerto, pero cuando iba a ser arrojado al mar, realizó un leve movimiento. Horatio Nelson, que había tomado posesión de nuestro buque, admirado de la valentía de aquel soldado, ordenó que fuese trasladado a Portugal, donde curó de sus graves heridas y posteriormente liberado.

Vuelto de nuevo a la milicia, fue promovido al empleo de cabo, pero no lo pudo conseguir al ser analfabeto. Entonces aprendió a leer y escribir en pocos meses, alcanzado el grado de Cabo primero.

En mil setecientos noventa y ocho, embarcó de nuevo en el “Purisima Concepción”. Una mañana, apareció una Urca de correspondencia con un Real Decreto. El comandante ordenó formar a la tropa en cubierta y que se adelantase Martin Alvarez. Emocionado, leyó en alto el documento:

“El Rey nuestro señor, ha visto con satisfacción el denodado arrojo y valentía con que se portó a bordo del navío San Nicolás de Bari, el granadero de la 3ª Compañía del 9º Batallón de Marina Martín Álvarez, cuando el 14 de febrero de 1797 fue dicho buque abordado por tres navíos ingleses; pues habiendo Alvarez impedido por algún tiempo la entrada a un trozo de abordaje, supo también defender la bandera que el Brigadier D. Tomás Geraldino le había confiado antes de su muerte, y con su valor hizo de modo que aquella se mantuviese arbolada aun después de todo el grueso de los enemigos tenían coronado su navío. Teniendo también S.M. en consideración de la honrada conducta que en el servicio observa Martín, se ha servido concederle 4 escudos mensuales por vía de pensión vitalicia, en premio de su bizarro comportamiento; y es su real voluntad que se les haga saber esta benévola y soberana disposición, al frente de toda la tripulación y guarnición del navío donde se halle embarcado»

Nicolás Martin Alvarez murió el veintitrés de febrero de mil ochocientos uno, tras haber sufrido un accidente cuando se encontraba de Guardia. Lo que no pudo la mar, las balas inglesas, lo hizo una caída. Desde entonces, y hasta nuestros días, numerosas fragatas y buques de la Armada Española han llevado su nombre, a pesar de que muchos de sus compatriotas no conociesen esta historia.

Yo, que he servido en la Infantería de Marina, me siento orgulloso de haber llevado los mismos colores que Nicolás Martin Alvarez y hago énfasis en que nuestro escolares-y aún más nuestros compatriotas-, conozcan la historia de un analfabeto que defendió su bandera, derramando su sangre y su espíritu en el empeño.

¡Descanse en paz nuestro héroe!

José Romero

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