Los abrumadores indicios de corrupción en el entramado del PP madrileño se han llevado por delante a Esperanza Aguirre. La lideresa ha entendido el mensaje dimitiendo como presidenta de los populares en Madrid. El detonante ha sido el registro de la sede del partido por la Guardia Civil en busca de pruebas de financiación ilegal. Había resistido al encarcelamiento de quien fuera su secretario general (Francisco Granados) acusado de blanqueo de capitales y enriquecimiento ilegal por cobro de comisiones y, mantenía desde hace un mes en secreto la dimisión de Ignacio González, el nuevo secretario general del partido -apartado a su vez bajo sospechas de corrupción-, pero la verdad es que la quedaba poco recorrido político. En todo caso decir -señalando a las alturas del partido (Mariano Rajoy)- que vayan tomado nota.
Aguirre siempre quiso ser Margaret Tatcher. Pero le faltó decisión en un momento clave de la vida de su partido
Aguirre lleva más de treinta años en política. Ha sido casi todo: concejal, ministra de Educación, presidenta del Senado y presidenta de Madrid. Todo menos el sueño de su vida: inquilina de La Moncloa. Aguirre siempre quiso ser Margaret Tatcher. Pero le faltó decisión en un momento clave de la vida de su partido. Su gran oportunidad (perdida) fue el congreso del PP de Valencia al que Mariano Rajoy llegó tocado por la inopinada victoria del PSOE (Zapatero) y por los numerosos casos de corrupción. Aguirre amagó, dio a entender que se dejaría querer pero todo se quedó en pólvora de salvas en boca y letra de sus bien engrasadas terminales mediáticas. Rajoy encontró en Francisco Camps, Rita Barberá y Javier Arenas los apoyos para la reelección. Desde entonces Aguirre no cejó en la intriga pero la cosa no prosperó. Renuncia a la presidencia, pero sigue al frente del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Madrid.
Seguramente espera acontecimientos. Renuncias que a corto plazo no se van a producir porque Mariano Rajoy parece decidido a no darse por enterado de cuanto ocurre a su alrededor.
Fermín Bocos