Sin lugar a dudas son tiempos convulsos los que está atravesando en estos momentos la Unión Europea, confiada siempre en rehacerse de todos los daños que le afligen en cada legislatura y dispuesta a poner buena cara con el mal tiempo.
Pero a los negros nubarrones de las últimas semanas, se le se suman las situaciones graves y problemáticas conocidas como la de la tragedia de los refugiados que llegan desde países de Oriente mayoritariamente, el terrorismo en general y el de raíz islamista en particular. También los anhelos secesionistas e independentistas en varios Estados que todos conocemos, los auges de los extremistas de derechas e izquierdas en muchos países de la Unión o la crisis económica y laboral que seguimos sufriendo. Y por si todo ello no fuera poco, ahora se está comenzando a desbordar el vaso con la posible salida del Reino Unido, que ha sido brautizada como «Brexit» (Britain exit), y que está trayendo de cabeza a los mandatarios británicos en particular y a los comunitarios en general.
Y por si todo ello no fuera poco, ahora se está comenzando a desbordar el vaso con la posible salida del Reino Unido
El Reino Unido con su flema británica conocida y caracterizado por ir por libre en tantos asuntos, desde conducir por la izquierda, a tener su propio sistema de pesos y medidas diferentes a los del continente o a su continuidad con la Libra Esterlina rechazando el Euro, siempre ha sido un socio comunitario incómodo para algunos. Esto se debe a que ha pretendido desde su incorporación hacer una Europa de varias velocidades y los británicos siempre han estado dispuestos a pilotar las políticas que consideren más convenientes para los habitantes de la isla sin perder tiempo en cuestiones de solidaridad comunitaria o reglas que afectasen a todos los países de la Unión por igual.
Ese rol de hermanastro continuamente cabreado y gruñón con el resto de los países comunitarios ha hecho mella en la opinión pública británica. Y si a eso sumamos los titulares apocalípticos contra la Unión Europea de la mayoría de los tabloides del Reino Unido, junto al auge de partidos extremistas antieuropeos, todo ello crea un cóctel propicio para que los partidarios de la salida de la Unión Europea, en un cada vez más cercano referéndum, sean mayoritarios en estos momentos según varias encuestas de las últimas semanas, y los partidarios de quedarse en Europa no ven con malos ojos propuestas que traigan «menos Europa», en sentido contrario a la mayoría de los gobernantes europeistas del continente, quienes siguen reivindicndo «más Europa».
Pero no seamos hipócritas nadie, y digamos claramente que una salida hipotética del Reino Unido sería perjudicial para toda Europa así como para los propios británicos. El precio que deberían pagar los británicos iría desde una severa reducción de la inversión en el Reino Unido hasta duras restricciones para acceder al mercado único, sin olvidar que los sentimientos europeistas de los escoceses abrirían de nuevo una nueva página de intentar separarse del resto de los británicos.
En lo que respecta a la Unión Europa, una salida británica la dejaría gravemente herida con secuelas impredecibles en estos momentos, y lo que está claro es que no se entendería una Unión Europea sin uno de los actores principales en su historia y en sus decisiones. Ya no volvería a ser lo mismo.
Hoy David Cameron se enfrenta a duras resistencias hasta en su propio partido del pacto que está suscribiendo con la Unión Europea. Su reto inmediato será convencer a la sociedad británica que estas reformas pactadas beneficiarán a todos los ciudadanos del Reino Unido. Recordemos que lo logró por los pelos con los escoceses pidiéndoles que se quedasen en el Reino Unido en aquél famoso referéndum del año pasado, veremos si se repite la historia y Cameron pasa a la historia, valga la redundancia, del insigne club de europeistas con letras de oro, o por contra esa Europa le arrastra a salir por la puerta de atrás de la Unión y de su propia casa.
Carlos Iturgaiz