Adentrándome en la selva de los más de noventa folios que Podemos ha presentado como una especie de propuesta de co-gobierno al PSOE, me reafirmo en algo que ya pensaba con anterioridad: la formación morada aglutinada en dos años por Pablo Iglesias -y solamente eso ya tiene mérito- es necesaria para contribuir a la regeneración política de un país desgastado por el uso y el abuso de poderes casi siempre alejados de la base de la ciudadanía. Pero, al mismo tiempo, Podemos no puede, simplemente no puede, ejercer la gobernación aquí y ahora. Mucho ha de crecer, madurar y sedimentarse, mucho ha de repensar algunos puntos de su programa, bastante deberá modificar sus formas y sus modales y una enormidad tendrá que refrenar sus ansias de acumular poder antes de llegar a él.
Podemos no puede, simplemente no puede, ejercer la gobernación aquí y ahora
Creo que la estrategia de Pablo Iglesias está siendo en parte equivocada, en parte acertada. Acertada, porque muestra que sus propuestas son concretas, sólidas, tangibles… y muy claras: pueden o no gustar, pueden o no parecer realizables en esta Europa y en esta coyuntura, quizá algunos crean que esos noventa folios están plagados de ocurrencias poco meditadas. Pero son, al menos, ideas, muchas de las cuales resultan muy aprovechables para ese cambio profundo que la sociedad española va necesitando desde hace años. La equivocación de Iglesias reside, a mi juicio, en las prisas que muestra por quedarse con el santo y la limosna de una situación excesivamente fluida, lo que no le convierte en un socio muy confiable para el PSOE, al que da la impresión de que quiere arrebatarle el protagonismo que le corresponde. Y tampoco le hace muy fiable para la ciudadanía, incluso para una parte de esos cinco millones de españoles que le han votado: demasiadas imprecisiones en el orden territorial, excesivos controles adivinables tras las páginas del 'manifiesto' presentado a los medios este lunes.
Un día, en una tertulia que compartíamos, Pablo Iglesias dijo que «cuando se adquieren algunas parcelas de poder, ya no puedes estar haciendo el 'enfant terrible por ahí'». Me pareció una frase acertada, pronunciada justo cuando el fundador y líder de Podemos parecía iniciar un viraje hacia el realismo, abandonando su desprecio universal por la 'casta', por quienes habían hecho la transición, por la OTAN, por el pago de la deuda, por la legislación vigente en general… al tiempo que clarificaba algo -algo- ciertas posiciones sobre la independencia de Cataluña o sobre temas impositivos. Pero eso no basta: Pablo Iglesias es un animal político que ha llegado para quedarse, pero que tiene que encontrar su papel exacto, que no es, desde luego, el ejercicio de una vicepresidencia que acumula parcelas tan importantes como los servicios secretos, los medios públicos de comunicación o la lucha contra la corrupción, entre otros. No, al menos, por ahora, cuando aún algunas dudas sobre sus simpatías con el régimen venezolano alientan, le guste a él o no que se diga, en la sociedad española.
No comparto, nunca he compartido, algunas acusaciones ridículas que desde cavernas diversas se lanzan contra Podemos. Pero sí mantengo serias objeciones sobre sus alineamientos internacionales y sobre bastantes de sus postulados en el orden interno: tratar de dividir territorialmente a España entre 'naciones' (es decir, autonomías históricas) y meras 'comunidades autonómicas' es un dislate que nos retrotrae a aquellos funestos debates posconstitucionales sobre si algunas autonomías debían ser 'plenas' y regirse por un artículo de la Constitución, o 'menos plenas', y encauzarse por otro: el 143 versus el 151. A Iglesias, hay que decirlo, le faltan algunos conocimientos acerca de la Historia reciente de nuestro país, y lo digo desde la comprensión de quien ha tenido que vivir, por la fuerza de la edad, esos acontecimientos.
He visto cómo este martes diversos portavoces socialistas salían a los medios, especialmente a las radios, para reaccionar ante la presentación del 'manifiesto Iglesias', un programa de gobierno que dejaría muy poco margen al presidente del Ejecutivo para actuar y hasta para nombrar a 'sus' ministros. No les escuché un rechazo lo suficientemente contundente a pactar con quien, sin duda, significa mucho más una ruptura en toda regla con los planteamientos actuales que la necesaria evolución con respecto a esa 'vieja política' que hay que admitirlo, representa el Partido Popular aún gobernante, pero cuarteado por tantos motivos. Mucho tendrá que meditar al respecto Pedro Sánchez en las próximas horas, y creo que él también habrá de refrenar algunos vetos y ciertos impulsos que se le perciben por llegar cuanto antes a La Moncloa. No vaya a ser que las circunstancias, y los ciudadanos, lleguen a pensar que tampoco es llegada su hora de alcanzar la cima. Pero, entonces, ¿a quién, con este Rajoy claramente amortizado, a quien ya habría que empezar a rendir honores por lo bien hecho, tras criticarle tanto por lo malo, le correspondería llegar a esa cima, es decir, al principal despacho monclovita?
Fernando Jáuregui