jueves, noviembre 28, 2024
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Papel y López

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No les incita la provocación, no les agita el arrebato. No malvendieron sus cuadros en Montmartre y no apuraron el ajenjo de las vanguardias. No vencen sus espaldas en el propósito ético o plástico de transformar el universo. Habitan un presente infinito y con el brío pausado de una mañana de domingo se entregan a la reproducción de lo diminuto. Su genio es terso, meticuloso, paciente.

Su silueta resulta tan cotidiana que acaba por parecer transgresora. No les agrada ser percibidos como una generación o un movimiento, su santo y seña es el de un grupo de amigos uncido por una sensibilidad común. Sus biografías no son atormentadas, sus vínculos no entienden de rivalidad ni de recelos. “Los silenciosos”, les denominó Andrés Trapiello. Pero ellos prefieren llamarse a que les llamen.

Estudiaron al tiempo en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, se forjaron y se formaron en el arquetipo de la pintura italiana que va desde la Antigüedad hasta los destellos de De Chirico y Morandi, compartieron horas y naturalezas muertas en las recámaras del Museo del Prado al susurro de Velázquez y de Zurbarán.

Cuatro mujeres –María Moreno, Isabel Quintanilla, Amalia Ávila, Esperanza Parada- y tres hombres –Julio López, Francisco López, Antonio López-, son los siete creadores ligados por lazos creativos y en ocasiones familiares cuya obra permanecerá en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid desde febrero hasta mayo. El título de la Muestra es “Realistas de Madrid” –tan cacofónico, ay, para este madrileño a rayas- y agrupa óleos, esculturas, relieves, dibujos, de una corriente artística empapada de figuración y de simetría.

La figura humana se acaba de ir o está a punto de llegar en las pinturas de cada uno de ellos

Su arte se detiene en lo mundano: los objetos, los espacios familiares, las calles, los jardines. Mundanos son también los nombres de sus creaciones, concisos y descriptivos como el renglón de una etiqueta. Figurativos, también, de palabra.

María López y Guillermo Solana -comisarios de la Exposición- proponen un itinerario que inicia en los rincones más privados y va abriendo su gran angular hacia paisajes amplios y urbanos. “Cuarto de baño”, “Lavabo y espejo”, “El teléfono”, son algunas de las piezas que encontramos en el umbral. Todas ellas reproducen interiores domésticos, lugares cerrados por donde también transita la vida. Alacenas, inodoros, fruteros, un rastro profano de nosotros.

“Atardecer en el estudio”, “Ventana de casa”, o la serie “Jardín de Poniente” anticipan elementos naturales en la casa tomada del Museo: flores, nubes, maleza. Pero el rescoldo urbano no deja de aparecer en forma de ladrillo, de cemento, de cristalera: no sé sabe si el credo realista persigue la huella de los hombres o si prescribe la réplica sin excepción de las cosas que pasan. Repta, moja, se alarga, una manguera.

La figura humana se acaba de ir o está a punto de llegar en las pinturas de cada uno de ellos. Emerge sin embargo en las esculturas de los hermanos Julio y Francisco López, en los bustos anónimos y en las monumentales “El sueño”, “El hombre del sur”, “El alcalde”, apuntes del natural en los que abunda la contención y el silencio.

Y de nuevo los trabajos en óleo en “Tienda de máquinas”, “Estación de Ferrocarril”, lugares tan precisos como “Benito García Fontanero” en el que Amalia Avia convierte ahora sí en indelebles los trazos de algún grafittero con buena estrella. Y caminando hacia la luz se encuentran los paisajes madrileños que entre otros dibujan Antonio López y su esposa María Moreno. Cielo, tejados, lluvia, hormigón, un enjambre de rótulos y de ventanas.

“Filatelia Finarte”, “Ministerio de Fomento”, “Puerta del Sol”, “Gran Vía. 1 agosto. 7:30 horas” encienden en el público del Thyssen el impulso un poco aborigen de buscarse.  Perplejo o no tanto ante los lienzos de Munch o de Dufy que meses atrás adornaron las mismas paredes, el visitante rompe la solemnidad habitual cuando descubre un palmo de su suelo. Voces, regocijo, ajetreo.

Mientras, desde el lado apacible del espejo, los pintores realistas nos ven y se sonrojan.

Fernando M. Vara de Rey

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