Me gustan los libros de María Tena. Están escritos en una prosa directa, sin recovecos, desgranando las angustias y esperanzas comunes a todos los que hemos pasado la cincuentena. María Tena es también la narradora del inevitable y permanente conflicto entre los que forman las familias, todos esos seres tan distintos, aunque con tantas experiencias y valores compartidos, que de alguna manera son también ramas de un mismo tronco del que todos dependen.
Mucho se ha escrito sobre la obra y la personalidad de María Tena. Recuerdo que en cierta ocasión uno de nuestros mejores escritores aseguró, en un comentario compartido por todos los que tenemos el privilegio de conocerla, que María es una de esas personas a las que, a los pocos días de tratarla, uno cree haber conocido desde hace mucho tiempo, desde siempre.
Algo parecido ocurre con su manera de escribir. Da la impresión que, incluso leyendo las páginas de su primera novela, Tenemos que vernos, uno está disfrutando de la escritura de alguien que escribe desde siempre. La historia que nos cuenta es también la narración de un continuo recomenzar, donde sus personajes, tal vez no tan lejanos, siempre están reiniciando sus vidas. El amor recomienza una y otra vez, también las obligaciones del trabajo. Las posibilidades de ser feliz, en definitiva, no se agotan nunca. De hecho, la última frase de esa magnífica novela –tiene toda la vida por delante– es un claro ejemplo de ese continuo recomenzar: serán muchas las alegrías que nos esperan, también los fracasos y las tristezas, pero lo importante es esa voluntad de volver a empezar, de tener que vernos.
Los libros de María Tena han ido multiplicándose a lo largo de los años. Tiene dos excelentes novelas que todos deberíamos disfrutar. La primera, titulada Todavía tú, es de alguna manera la recuperación consciente de la memoria que creíamos perdida en el fondo de los recuerdos. La segunda, El silencio de las panteras, retoma la fascinante, aunque sinuosa, relación entre hermanas, resultado de una vida en la que la convivencia se construye tanto con enfrentamientos profundos y celos apenas contenidos como con unas férreas complicidades.
Otro de los aspectos más llamativos de la personalidad creativa de María Tena es su carácter docente. Desde hace mucho tiempo –desde siempre, como antes decíamos– desarrolla una extraordinaria labor en varios talleres de escritura, de tal manera que por sus clases ha pasado una enormidad de futuros escritores. María Tena, de esta manera, no solo mediante sus lectores, sino también a través de sus innumerables alumnos, ha creado una auténtica escuela que pronto dará sus merecidos y apetecibles frutos.
Ignacio Vázquez Moliní