Estas tres palabras, junto a frases mucho más pintorescas, forman parte del argumentario oído en el juicio del Caso Nóos y en la rueda de prensa de la ex alcaldesa de Valencia Rita Barberá.
Bien es verdad que Diego Torres, exsocio de Urdangarin, que siempre se creyó protegido por los miles de correos comprometidos que guardaba, se dejó llevar por la verborrea y entró en contradicciones que ponen en peligro su estrategia de defensa.
Todo parece indicar que, con la ayuda del fiscal Horrach, los dos socios han decidido exculpar a sus cónyuges de cualquier responsabilidad en la trama. No es casualidad que las primeras preguntas del ministerio público incidieran siempre en la ausencia de responsabilidades de la Infanta Cristina en las empresas acusadas de blanqueo de capital.
Pese a que se había filtrado que, en la conversación que mantuvieron ambos socios en el banquillo, después de años sin hablarse, Urdangarin le había pedido a Torres ayuda, alegando que pensaba decir toda la verdad, no hubo tal. Cuando le tocó deponer, el yerno del Rey no sabía ni quien era ni a que había dedicado su vida.
Con la suficiencia que da el contacto con el poder, llegó a responder «yo estaba a lo que estaba» cuando las acusaciones le preguntaron cual era su cometido en la empresa de la que dijo no haberse enterado ni siquiera de la contratación ficticia de dos sobrinos suyos. Conviene recordar que está acusado de llevarse mas de seis millones de euros de las arcas públicas, así que, en sus próximas declaraciones, tendrá que explicar si también desconocía que ese dinero fue a parar a sus cuentas.
Rita Barberá repitió el «no, nunca, jamás».
El otro personaje bajo la lupa de la Justicia es Rita Barberá. Rajoy se atrevió por fin a exigirle, no ya que dejara el escaño, que hubiera sido lo lógico, si no que al menos diera explicaciones. Para bochorno de algún propio, y sobre todo de todos los extraños, culpó a los técnicos, a los periodistas, a los filtradores de sumarios para los que exigió una ley de castigo y repitió el «no, nunca, jamás».
Si algo cabe colegir de ambas comparecencias es la intolerable falta de responsabilidad, de control y de honestidad, con la que se ha manejado el dinero público en los últimos tres decenios en éste país y los sangrientos recortes que sufre la ciudadanía en sus derechos sociales como consecuencia de tanta malversación y despilfarro.
Si una tarea es urgente para el nuevo Gobierno, si es que algún día lo hay, es la de crear mecanismos de control exhaustivos para los contratos y el gasto de la administración pública. Porque, al final, lo que se roba, se tira, se emplea a mayor gloria, se dedica a beneficiar a un familiar, o se malgasta, lo pagamos todos.
Victoria Lafora