El pacto de gobierno del PSOE con Ciudadanos, insuficiente para la izquierda de los socialistas y papel mojado para el PP, tiene en cambio la virtud de situarse en la centralidad política de España. Al menos en lo que siempre fue la centralidad política, sobre cuyas posibles desviaciones hay dudas. Pedro Sánchez no ha hecho nada muy distinto de lo que hizo en su día Felipe González al suscribir los pactos de la Moncloa con el presidente Adolfo Suárez. Lo que es distinto es que entonces los firmantes eran muchos más, incluyendo otros partidos a la izquierda y a la derecha, sindicatos y empresarios. Obviamente también era distinto el formato, ahora un pacto de gobierno, en la Transición un pacto económico y social para sacar el país a flote.
En su día Felipe González al suscribir los pactos de la Moncloa con el presidente Adolfo Suárez.
A la vista de la posición del PSOE, alineado con el centrista Ciudadanos, si se quiere un partido de centroderecha hay quienes ven un tremendo riesgo en la decisión estratégica de Pedro Sánchez, que si algo tiene claro es que no quiere gobernar con Podemos, un partido con un programa de tintes socialdemócratas pero con formas de fuerza populista y radical, cuyos orígenes fueron los propios de un partido antisistema. Quienes así piensan argumentan, con razón, que en España puede haber al menos diez millones de personas potencialmente interesadas en votar a la izquierda y a la extrema izquierda, teniendo en cuenta no solo su ideología sino también que la mitad están parados y que la otra mitad sufren la precariedad.
De lo que sí se olvidan quienes así piensan es que nada que lo que pasa en España hoy es muy distinto de lo que sucedía en la España salida de la dictadura de Franco en 1975 y de la crisis del petróleo del 73. Entonces España también tenía mucho paro y millones de personas sin trabajo y sin rumbo, en una sociedad poco o nada moderna, ante la que ofertaban sus alternativas políticas fuerzas tan arraigadas y preparadas como el Partido Comunista de España, que además tenía a su favor haber liderado –dando la cara– la oposición interna a la dictadura. El PCE tenía entonces buenos y experimentados dirigentes políticos, magníficos economistas, cuadros sindicales en CC OO y una implantación organizada en toda España. Mucho más, sin duda, de lo que tiene hoy Podemos, uno de los contados partidos de la izquierda europea que carece de un sindicato afín.
¿Por qué optaron los españoles de la Transición? ¿Se quedaron con el PSOE moderado o con el PCE reivindicativo? Sin duda con el primero, al que tras darle dos segundos puestos en 1977 y 1979 lo llevaron en volandas al Gobierno, con mayoría absoluta, en 1982, siete años después de la muerte del dictador Francisco Franco. Puede argumentarse que ambas españas son diferentes, que el PSOE de Pedro Sánchez no es el de Felipe González, que la nueva política la capitaliza ahora Podemos, que los sindicatos están de capa caída, etcétera, etcétera. Y es verdad todo ello. Pero también lo es otra cosa: en ningún país desarrollado de Europa, industrializado, con un modelo de economía productiva y un horizonte claro gana ningún partido radical, populista o antisistema. Tal vez la pregunta sea más sencilla de lo que a menudo se dice: ¿quiere ser España como Alemania, Francia o el Reino Unido o prefiere abrazar una causa propia de países periféricos empobrecidos o de corte latinoamericano?
José Luis Gómez