Tiempos de globalización sin fronteras en los que proliferan los muros. La frontera tiene más sustancia de lo que aparenta: sirve para recaudar impuestos y para el contrabando, establece límites administrativos dentro de los cuales una autoridad concede la ciudadanía, convierte a humanoides en ciudadanos con derechos; no somos nada sin DNI y pasaporte.
Se calcula que hay además 600.000 apátridas en Europa y 12 millones en todo el mundo, categoría filosófica aún más complicada de entender que la de sin papeles y refugiados sin refugio, y se prevé que aumente cuando países como Francia (Reino Unido y EEUU ya lo hacen) se suelte a quitar la nacionalidad a sus nacionales como solución imaginativa a los problemas de terrorismo.
La Unión Europea reúne hoy a 28 estados nación que intercambian alegremente mercancías e incluso la mayor parte de ellos –excepto Irlanda, Reino Unido, Rumanía, Bulgaria y Chipre- han decidido derribar la frontera también para las personas y compartir lo que conocemos como espacio Schengen. Hasta Suiza y Noruega, no miembros del club, participan de la fiesta.
Este aire internacionalista vivido a finales del XX llevó incluso a gremios respetables como médicos, payasos, anestesistas, economistas, farmacéuticos, reporteros e incluso dentistas a apellidarse ‘sin fronteras’ y escapar de casa dirección cualquier rincón del mundo por causas humanitarias.
Las fronteras son una costura más o menos perfecta que sostiene el traje, si bien sobre todo en Oriente Próximo algunas intervenciones militares occidentales han debilitado estados al punto de desdibujar el mapa político al dar oxígeno a una nueva categoría, los terroristas sin fronteras.
Parafraseando a José Luis López Vázquez en El verdugo, cortador eclesiástico y militar diplomado, a algunos estados les tira la sisa (“¿Molesta la sisa? Aquí. Me tira un poquito de aquí”), pero la solución no parece ser matar al inquilino del traje ni romper las costuras. Es más sencillo corregir una sotana que borrar una frontera.
Explicarle a un niño la frontera hispano-portuguesa, con historias previas de pasaportes, policía, cambio de moneda y el temor a que te descubran algo inconfesable, es un ejercicio realmente complicado que estalla en decepción cuando se traspasa el puesto fronterizo a 120 kilómetros por hora. Hasta ahora.
Ocho países europeos han aprovechado en el último semestre el terrorismo, los refugiados y la inmigración siempre de fondo para saltarse Schengen y volver al viejuno mundo fronterizo
Ocho países europeos han aprovechado en el último semestre el terrorismo, los refugiados y la inmigración siempre de fondo para saltarse Schengen y volver al viejuno mundo fronterizo que podremos enseñar de nuevo físicamente a nuestros hijos.
Aunque aún podamos saltarnos límites geográficos para invertir electrónicamente en las bolsas asiáticas o norteamericanas, salvo problemas con la agencia de espionaje norteamericana NSA y el antivirus del PC, los acontecimientos reman en contra y hasta nos amenazan con la destrucción del euro, lo que nos devolvería la diversidad monetaria desaparecida, también de gusto infantil.
Lo que hace hoy media Europa es construir muros sobre fronteras, que no son lo mismo. Relacionemos los países para memorizarlos: Francia ha suspendido Schengen temporalmente por amenaza terrorista; Hungría, Polonia, Austria, Macedonia, Eslovenia, Serbia y Croacia han restablecido controles fronterizos y construido vallas pensando en refugiados y en política interna, que se suelen combinar.
Frente a fronteras reconocidas internacionalmente, el muro es decisión propia y responde al deseo de tapar en cierto modo las vergüenzas, o no verlas. Cuando coincide una frontera internacional con un muro tenemos un problema, se mezcla el derecho internacional con el miedo.
En una hipotética Historia del Muro encontramos el de Berlín, hoy troceado por parques y jardines y convertido en materia prima de suvenir.
Hay que reconocer también el esfuerzo de Israel por construir un muro de 600 kilómetros que les aísle del conflicto palestino cisjordano, aunque el millón y medio de palestinos israelíes se les haya quedado dentro, junto con los principales asentamientos de los territorios ocupados repletos de colonos extremistas; y la mano de obra se ha quedado fuera.
Un candidato presidencial norteamericano brama a favor de la construcción de un muro con México que además paguen los propios mexicanos.
Encontramos ahora muros y vallas incluso hasta en el campo patrio. Los amigos de los caminos, que existen, se han convertido en apenas un lustro de una pandilla de pirados amantes del aire libre a vanguardia de la defensa de nuestras libertades.
El muro de Pink Floyd descubro a estas alturas de la columna que nada tenía que ver con el hormigón, sino con el sistema educativo británico, un muro mental siempre más sólido que el físico y que no desaparece aunque coloquemos ladrillos.
Normalmente el muro físico es extensión del mental. Hasta que el Estado enfermo encuentra solución médica sirve de lienzo para grafiteros y mientras tanto un buen muro tiene también la facultad de amargar la vida de humanoides y ciudadanos a babor y estribor.
Carlos Penedo