Si es verdad que Rajoy hasta ha retirado la palabra a Albert Rivera, el presidente de Ciudadanos, se confirma que el presidente del Gobierno en funciones es hombre políticamente muerto. Cierto que Rivera animó a las huestes del Partido Popular a una 'sublevación' -más o menos: el término es una interpretación periodística, no mía- contra su líder, y eso se perdona difícilmente. Más difícilmente aún que el que te digan, en un debate televisivo, que no eres 'decente', como le soltó, yo creo que algo injustamente, Pedro Sánchez, rompiendo igualmente los escasos puentes que le quedaban indemnes con Mariano Rajoy.
Y, a punto de comenzar otra sesión de no -investidura de Sánchez, que este viernes cosechará una nueva derrota en el Parlamento, resulta que nos encontramos con la persona que aún -aún- encarna al timonel de la gobernación del Reino de España aislado como un ser apestado, pese a que ha sido quien, con todo, mayor número de votos y escaños logró en las elecciones. Y vemos que quien ha tratado de sustituirle, es decir, el secretario general socialista, que por cierto perdió no pocos votos en las mismas elecciones, sufre un nuevo revolcón en sus aspiraciones por llegar, aupado por extraños compañeros de cama, a La Moncloa. Curiosa situación, vive Dios, la que padece la política española setenta y cuatro días después de que se celebrasen las elecciones generales aquel ya lejano 20 de diciembre de 2015, una eternidad ha.
No sé qué les hace falta a estos dos señores, que mutuamente se acusan de ser el 'tapón' que evita el desbloqueo de la situación política que ellos mismos están contribuyendo a mantener, para entender que, a partir de este fin de semana, tienen que empezar a pensar en otra cosa. Quizá, incluso, en dejar de taponar, que no son tapones precisamente lo que España necesita en estos momentos. Aferrarse al 'no me echarán estos de la izquierda, porque yo les he sacado un millón trescientos mil votos de ventaja y, por tanto, tengo derecho a ser quien siga gobernando' es, al menos, tan nefasto como el 'he dicho que no, y es no, a pactar con estos de la derecha, y ya me dirán qué parte del 'no' no entienden'. Somos nosotros, los votantes y contribuyentes, que a ambos los mantenemos ahí, por lo visto para que, cada cual a su modo, taponen, quienes hemos dejado de entender nada: ¿de verdad que los problemas de España se resumen ahora en la dicotomía 'izquierda-derecha'?.
Si la sesión, tremenda, de investidura del pasado miércoles, donde hubo hasta cuchillos verbales, monstruosidades históricas e incluso besos, no les ha servido para abrir bien los ojos, estamos, en la tarde de este viernes, ante una segunda oportunidad para que, quienes tengan que reflexionar, reflexionen. La tozudez de Sánchez a la hora de apartar de sí el cáliz del término 'gran coalición' es parangonable, siento decirlo, porque también él me parece, como el secretario general socialista, persona estimable, a la de Rajoy aferrándose a un puesto que ya se le hace imposible. Hasta prestigiosos comentaristas que le han sido muy cercanos andan ya aventando en los medios nombres de posibles sustitutos -desde Cristina Cifuentes a Pablo Casado, desde Soraya Sáenz de Santamaría a Alberto Núñez Feijóo, desde Alfonso Alonso a Ana Pastor, desde… banquillo no le falta al PP, precisamente- para un Rajoy que sigue resistiéndose a los cambios, empezando por el de su propio estatus político.
La tozudez de Sánchez a la hora de apartar de sí el cáliz del término 'gran coalición' es parangonable
No crean, no, que la situación en el PSOE es mucho mejor. Un diputado socialista, creo que amigo, a quien conozco desde hace años, me topó en los pasillos del Congresos, durante la interminable jornada parlamentaria del miércoles, para decirme, literalmente: «estás hecho un cenizo, y obsesionado con la gran coalición». «Claro», le dije, «es la única salida que tenemos y que tenéis». Él, 'pedrosanchista' sin fisuras, siguió su camino hacia el escaño, acaso pensando que yo, que tanto defendí a Sánchez como posible recambio, en su momento, era un caso perdido: me debió juzgar como vendido irremisiblemente a la derecha montaraz. Que es con lo que los 'podemitas', y algunos socialistas, quieren identificar ahora el concepto 'gran coalición', que quien suscribe defiende desde hace ocho años, corriendo los tiempos gloriosos en los que Zapatero aseguraba que vivíamos en el mejor de los mundos, envidiados por los franceses de Sarkozy y por los italianos de Berlusconi, y que hablar de crisis era 'antipatriótico'. Y tal vez lo era, pero ¿acaso no es lo más patriótico la verdad?.
Pues eso: que -por supuesto, siempre a a juicio de quien suscribe- la verdad, y en la votación de este viernes se evidenciará de nuevo, es que la salida a nuestros males no está en Portugal, y menos en Grecia, sino más bien, siento incidir en el tópico, en Alemania. La verdad es que el PP necesita una buena mano de pintura, y que el encalado lo haga una persona diferente a Rajoy, a quien le debemos sin duda reconocimiento por lo bien hecho, pero que no es el líder para este época en la que se necesitan truchas de río arriba y no tranquilos peces de estanque, tan previsibles. Si ese encalado -más bien, rehabilitación del edificio de los 'populares' entero- no se produce, es absolutamente seguro que una formación emergente, ambiciosa, que está manifestando sensatez, aunque también algunas carencias, como Ciudadanos, acabará liderando el centroderecha español.
Sigamos en otros ámbitos. La verdad es que Sánchez se juega el cuello político si insiste en no pactar 'no, nunca, jamás', con ese PP remozado, sin el cual ninguna aventura verdaderamente reformista va a ser posible, qué le vamos a hacer: el PP es un gran partido y así hay que tratarlo. La verdad es, también, que Podemos es una formación que alberga a muchos millones de gentes que antes no aparecían ni en las encuestas ni en las urnas, y que está canalizando un profundo descontento cuyas razones no son tan difíciles de entender; y, solamente por eso, hay que agradecer la existencia de la organización de Pablo Iglesias. Pero no menos verdad es que, solamente por eso, no le vamos a recompensar con una vicepresidencia del Gobierno que, además, lleve aparejado el control de los servicios secretos, de la defensa, de los medios públicos de comunicación. No; brillante como sin duda es el concepto y la trayectoria de esta formación, y brillantes como son algunos de sus dirigentes, lo cierto -insisto: en opinión de quien suscribe- es que Podemos no está todavía, y le falta bastante, preparado para gobernar al viejo Reino de España.
Todas estas verdades habrán de estar sobre la mesa de quienes han de decidir el futuro del país a partir del lunes. Hay muchas fórmulas para que todos queden bien y salven los muebles ante la ciudadanía, para que igualmente salven sus propias caras y otras partes de sus anatomías. A un dirigente portugués de la época de la revolución de los claveles le llamaban 'el corcho', porque se mantenía a flote en todas las circunstancias; aquí y ahora -y siempre- sería un error pensar que los tapones han de seguir flotando, ajenos a las tormentas y a los idus de marzo. Todo, todo, menos mantener esta melodía, este ritmo, este dulce flotar, de los últimos setenta y cuatro días y de tantos años anteriores.
Fernando Jáuregui