No ha habido sorpresa. Cada cual hizo lo que se esperaba y se sabía que podía o no podía hacer y explicar. Sánchez enfático, obvio e improbable relató de forma anodina un programa inerte. Le faltó fuerza, claridad, convicción, inteligencia, fue la perfecta encarnación del quiero y no puedo, del quise y no podré nunca. Rivera en su papel de buenista en el trapecio de un circo caleidoscópico resultó irregular, debía explicar por qué apoyaba al que representaba lo que combate en Cataluña, por qué después de embestir a Maragall vota a su sobrino ideológico y un programa consecuente con ese parentesco. Ciudadanos nace para combatir el nacionalismo catalán y el PSC, que era parte de ese mundo asfixiante que roba el oxígeno a una sociedad otrora admirable y hoy en un laberíntico infierno gracias en muy buena parte a Zapatero y sus quimeras, a Maragall y sus obsesiones, al socialismo coprotagonista en todos y cada uno de los casos que se supone combatía Rivera. Hay que preguntarse qué ha unido a estos dos políticos que nacieron para combatirse, para diferenciarse, para disentir y sin embargo votan juntos la formación de un gobierno cuyo anuncio más importante es el cambio de política a más debilidad frente al nacionalismo catalán, unas veces de forma tácita y otras completamente explícita, pero nadie se puede engañar respecto a ello. Ese es el cambio. Y Rivera no lo puede olvidar por muchas muecas que haga, por mucha carita de bueno que ponga. La parte más sustantiva del cambio socialista a medio plazo es rendirse al nacionalismo. Poco a poco, como los últimos cuarenta años.
Dicen que les une la pertenencia a una misma generación. Yo creo que no. Les une una biografía similar, que es cosa bien distinta. Ambos han hecho muy poco en la vida. No tienen apenas dedicación profesional anterior y no han gestionado nunca nada en política. Nada es nada. En esa generación hay muchísima gente que ha trabajado y se ha puesto a prueba en la vida. Estos señores no. Al menos de forma significativa.
Es difícil entender que una de las críticas de los partidos emergentes y su corte mediática era precisamente el acceso a los destinos importantes de gentes que solo habían vivido su partido. Eso era algo que alejaba poco a poco a los partidos clásicos de la sociedad a la que quieren representar. Y al tiempo de decir eso se alumbra y aplaude un grupito de dirigentes cuyo cursus honorum no existe, carecen de profesión consolidada y nada han hecho por la sociedad a la que dicen querer salvar. Ni una calle han mejorado como concejales y pretenden negociar con la Unión Europea. Estaría el PP loco si consintiera eso sin rechistar.
Iglesias tampoco ha consentido. Quiere un gobierno radical de izquierdas donde él y los suyos estén y manden. Manden mucho. Todo si es posible. La posición la tiene muy clara, está ahí para hacer la revolución y si el PSOE les quiere acompañar y solo si lo necesitan, lo permitirán. Si no, que se olviden. Tiene biografía profesional, no mucha ni descollante, pero la tiene. Se ha hecho a sí mismo en medio de las dificultades y de lo marginales que eran sus posiciones hace bien poco. Ha luchado con el aparato de IU lleno de gentes de colmillo retorcidísimo, algo que le ha enseñado mucho y le ha endurecido. No ha tenido un gran partido que con sus recursos tapara sus carencias como Sánchez, ni un grupo de intelectuales que llenaran un discurso que disimulara su levedad y el mucho dinero que desde hace un tiempo ha llegado casi sin pedirlo como Rivera. Se ha mantenido y ha triunfado de momento. Tiene sus problemas iraníes, venezolanos y bielorrusos, y las amenazas que la falta de cohesión interna de toda formación extrema suponen para la coherencia, pero da la sensación de que puede bregar con ello. No reconocerlo sería roñoso con la verdad y un grave error de análisis. Es el mejor de los tres con diferencia. Y el más peligroso para el país.
Rajoy tiene todos los datos en su cabeza, muchas horas de vuelo y oró en consecuencia. Estuvo enorme. Fue la demostración de que la experiencia, la sabiduría y el trabajo de toda una vida son mucho más solventes que las discusiones de café, las tertulias televisivas y las asambleas de facultad. Todos los parlamentarios de centroderecha que estuvimos en el hemiciclo estuvimos orgullosos de su intervención. Tranquilo, irónico, seguro destapó las muchas debilidades de Sánchez y algunas de las incongruencias de Rivera con quien fue más compasivo. Mantuvo la posición de la razón y la realidad frente a sentimentalismos baratos y gaseosos ensueños. Creo que sus votantes y muchos que no lo han sido le entendieron y compartieron diagnóstico. No le ha ido nada mal el debate. Le criticaba Sánchez sus silencios y quizás debiera agradecérselos para que no le vapuleara de continuo.
Y tras el debate vendrá la melancolía socialista. En este momento estamos abocados a nuevas elecciones y eso al PSOE le viene muy mal. Y probablemente a Rivera también. Pero el socialista tiene el aliento de Pablo Iglesias en la nuca y el oráculo de Susana Díaz en el Comité Federal. Al partido hasta ahora en la jefatura de la izquierda española le falta cohesión y proyecto claro y compartido para superar esta crisis interna y externa. Puede tener un futuro oscuro o simplemente quedarse sin él. La frustración conduce a la melancolía. La frustración ha sido grande y puede crecer. Como la melancolía.
Juan Soler
Senador de España
Juan Soler