El líder de Podemos, Pablo Manuel Iglesias, se acordó de los muertos por la libertad en la guerra civil, de los crímenes franquistas, los asesinados en la guerra sucia del Estado y del anarquista Puig Antich, ejecutado a garrote vil en 1974 por matar a un policía. Pero no tuvo ni asomo de compasión por las familias de las ochocientas personas asesinadas por ETA.
Ni media palabra dedicó al rastro de sangre y miseria moral que la banda terrorista y sus amigos políticos dejaron en Euskadi y el resto de España a lo largo de cuarenta años. Lo entenderemos si hacemos memoria de su famosa perorata en una herriko taberna de Navarra, donde desarrolló su elogiosa tesis de ETA, explicando que la banda terrorista tuvo la inteligencia de no confiar en las intenciones democráticas de los políticos de la transición porque, en realidad, el poder no cambió de manos después de 1978.
O sea, los mismos perros con distintos collares. Esa oligarquía ante la que, según él, ha claudicado o está a punto de claudicar el candidato socialista a la Presidencia del Gobierno. «Deje de obedecer a los oligarcas, señor Sánchez», le dijo durante el debate del miércoles.
En la sesión de investidura se ha impuesto la ley de los números, pero el debate ha servido para que se retraten unos y otros. No solo políticamente. También en el plano humano puede servir un debate parlamentario como pasarela moral de los líderes que nos han tocado en suerte. El caso de Iglesias, nuevo en esta plaza, es ejemplar. El ejemplo mejor acabado de dirigente tóxico que jamás puede ser utilizado como modelo de conducta.
Tendrá muy difícil que los socialistas lo traten «de igual a igual», según reclamó de Pedro Sánchez, después de haber difamado a una figura tan querida en el PSOE como Felipe González. Así que Iglesias se convirtió el miércoles pasado en un ejemplar único de la política basura por la forma y por el fondo de sus demagógicas intervenciones, cargadas de insultos al adversario. Imposible calificarlas de discursos parlamentarios. Fueron soflamas revolucionarias que se desvanecían en su propio grito. Más propias de una asamblea de la Facultad que de una institución representativa de la voluntad popular.
Siempre he sostenido que Podemos, al menos mientras esté liderado por este personaje, indigno de representar a la izquierda en ninguna de sus variedades ideológicas, acabaría en el gallinero de la política después de haber salido del gallinero del Hemiciclo. Al tiempo. Pero prefiero desdoblarme en las palabras del colega Arcadi Espada, que lo ha dicho mucho mejor:
«El debate de investidura dio algunas conclusiones. Pero ninguna como la necesidad de mantener a los harapientos al margen de los movimientos racionales de la política». Se refiere a Iglesias como «una persona incapacitada para llevar a cabo cualquier iniciativa razonable, por su ignorancia y por su enajenación». Amen.
Antonio Casado