Sí la Infanta Cristina de Borbón es culpable o no de los delitos de los que se le acusa lo dirá el tribunal que la juzga. Como a todo español también a ella le asiste la presunción de inocencia. Aguardemos, pues, a la sentencia.
Cosa diferente es el contenido simbólico y en consecuencia político que apareja la imagen de la hermana del Rey sentada en el banquillo de los acusados. No hay precedentes en la Historia de España. Y por eso mismo han sido muchas y algunas muy precipitadas las opiniones acerca de si lo que se estaba celebrando en la Audiencia de Palma, indirectamente, era un juicio a la Monarquía. Vivimos tiempos de penurias que afectan de manera transversal a mucha gente y en ese caldo de cultivo fermenta el rencor social. En nuestros días, «las tejedoras» ejercen desde los platós de televisión. Dicho lo cual, tiene un punto de lógica que en este caso, como en el de todos los procesos que afectan a personajes del mundo de la política, la exigencia de responsabilidades políticas haya ido muy por delante de la culminación de los juicios. Y, se mire por donde se mire, lo que se está juzgando en Palma de Mallorca en relación la Infanta, su marido Iñaki Urdangarin y, subsidiariamente el ex presidente de Baleares Jaume Matas, es un caso en el que prima la componente «política». Quien mejor y primero entendió la trascendencia, recorrido y repercusiones del proceso fue el Rey Juan Carlos I. Vio antes que otros que se habían encendido las señales de alarma y por eso abdicó. Es verdad que su deteriorada salud -hoy, afortunadamente, recuperada-, revistió de coherencia tan trascendental decisión, pero el fondo de la cuestión era la preocupación por el desprestigio que podía sufrir la Corona. El paso del tiempo arregla algunas cosas. La distancia entre la abdicación y la apertura del juicio oral se ha demostrado que fue una decisión acertada. Acierto al que habría que sumar el comportamiento institucional, y por lo tanto neutral, del Rey Felipe VI. Se ha evitado lo que podría haber derivado en un juicio a la institución. La «Monarquía sentada en el banquillo» que se llegó a titular. En algún sentido es cómo si quien tomó tan acertadamente a tiempo la decisión de retirarse del centro del escenario hubiera intuido que Urdangarin intentaría desviar sus responsabilidades hacia algunos colaboradores de la Casa Real que no están imputados en el sumario, señalando por elevación al propio Rey Juan Carlos I. Está claro que al abdicar a tiempo, acertó.
Fermín Bocos