Este martes se conmemora el Día Internacional de la Mujer. Ahora que se celebran tantos Días Internacionales o nacionales, dedicados a las cuestiones más sorprendentes, incluso peregrinas, éste no debería pasar como uno más. Se instauró para dar visibilidad a la reivindicación de las mujeres por la igualdad y sigue siendo necesario porque la brecha sigue abierta y aunque hay algunos avances, la desigualdad es evidente e, incluso crece en algunos ámbitos. Por primera vez en siete años, la cifra de mujeres desempleadas al acabar 2015, nada menos que 2.391.900, superó a la de hombres. Seguramente por la crisis, pero también por otros muchos factores.
Se instauró para dar visibilidad a la reivindicación de las mujeres por la igualdad y sigue siendo necesario porque la brecha sigue abierta
Cuando la mujer llega al mercado laboral sufre discriminaciones salariales con respecto a los hombres -hasta un 30 por ciento menos en su salario-, condiciones que se agravan si es madre. La ausencia de baja paternal, las reducciones de jornada, la menor contratación, los empleos a tiempo parcial -en el sector sanitario, por ejemplo, donde la feminización es casi del 80 por ciento, más de un tercio de las empleadas tienen contrato a tiempo parcial- o la brecha salarial dejan a las mujeres en una situación que, en muchos casos, acaba expulsándolas del mercado laboral. Y luego, la conciliación laboral, que sigue siendo una asignatura pendiente, especialmente para las mujeres que, de hecho acaban soportando una doble carga familiar y laboral. El coste de no conciliar representa el 49,7 por ciento de los ingresos del núcleo familiar.
Y eso sucede no sólo cuando la formación de la mujer es más baja, sino también en el mundo profesional. Es cierto que en casi todas las profesiones tituladas hay ya más mujeres que hombres, pero a los cargos directivos, apenas accede un 10 o un 15 por ciento de mujeres, pese a la introducción de cuotas de paridad, contra las que estoy intelectualmente en contra, pero que hay que reconocer que han forzado un tímido avance que, de otra manera, hubiera sido imposible. Es un problema estructural ante el que hay que tomar medidas que vayan al fondo de las causas.
Y, lamentablemente, una de las causas está en la educación. Un alto porcentaje de los adolescentes y jóvenes estudiantes, incluso universitarios reproducen comportamientos machistas. Ellos y ellas. Si fallamos en la educación -ojo, y en la familia, porque también muchas madres siguen formando a ellos y ellas en la desigualdad de trato, de obligaciones y de responsabilidades- no avanzaremos. Una sociedad moderna que busca la igualdad no puede permitirse esos errores graves que, dentro de unos años se cobrarán un alto precio. No es un problema sólo de llegar a la cúspide de las profesiones, de la empresa o de la política. Es un problema de lo cotidiano. Y tampoco hay que descuidar la lucha por los derechos de las mujeres fuera de Europa, porque hay lugares, muchos, demasiados, donde todavía la mujer es un puro objeto, verdaderas esclavas sometidas a todo tipo de vejaciones. Esa lucha por la igualdad está lejos de acabar.
Francisco Muro de Iscar