viernes, noviembre 22, 2024
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La vía valenciana

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No hablo de las cosas que no suman ni del gobierno de España, de las obsesiones de algunos por nombrarse Vicepresidentes o dimitir de las vicepresidencias para quien nadie les nombró. Tampoco de incompatibilidades o vetos.

Puedo entender que no falte quien quiere ser Mónica Oltra en lugar de Mónica Oltra. Quizá sean menos comprensibles los giros y virajes de los que han enredado, en nombre del cambio, su propia propuesta y la de los demás, a golpes de postureo y sobreactuación para decir hoy lo que ayer se negaba.

No tomaréis la via valenciana en vano parece decir la gente de Valencia que viene por Madrid.  Sin ruido y sin selfis, he podido encontrarme con Manuel Alcaraz, Consejero de Transparencia, Responsabilidad social, Participación y Cooperación del Gobierno de la Comunidad Valenciana.

Escuchándole, una entiende que la “vía valenciana” es una forma de hacer política más que una suma de escaños y una forma compulsiva de formar gobierno.

También en Valencia, los de la nueva política dudan sobre pertenecer al gobierno o ejercer de policía de la verdad. A cambio, Socialistas y Compromís han decidido arremangarse y hacer algo que, de verdad, es nuevo: transformar una Comunidad que era pozo de corruptelas en una Comunidad a la que se respeta, como ha insistido en Madrid el Conseller valenciano.

La vía valenciana se basa en el mestizaje, la mutua seguridad y el respeto. Es decir lo más alejado de lo pretencioso y la desconfianza del ajeno. Llevarse bien no es un callejeo para hacerse perdonar groseras descalificaciones previas; es compartir, de forma equilibrada y transparente un gobierno.

La vía valenciana se basa en un objetivo común: afrontar juntos las dificultades y elaborar un programa, el del Botánico, serio, riguroso y que tiene que ver con al agenda de los valencianos y las valencianas y que no importa agendas, necesidades y prioridades de otros.

En fin, la vía valenciana acaba siendo un producto de una cultura política asentada en la izquierda valenciana que no solo no ha pedido perdón por existir sino que ha sido capaz de mantener su voz en los momentos más difíciles de la Comunidad cuando el poder omnímodo de la derecha anegaba instituciones, sociedad y poder económico.

La izquierda tiene mucho que aprender de esa vía y no es, precisamente, la simple suma propagandística de siglas o números. Lo que preocupa de la reiteración como lema propagandístico de la experiencia valenciana no es que la suma sea más o menos operativa políticamente sino la malversación del concepto: no hay más frontera que el contenido, se dijo en el Botánico, y resuelto esto pasaron al diseño equilibrado y mestizo del gobierno.

Se ha anunciado para hoy jueves reunión de quienes debieran de una vez darnos gobierno. El pesimismo se ha instalado hace días en la sociedad española y todos los números e indicadores anuncian malas perspectivas; la ciudadanía desconfía del futuro y, para que engañarse también de quienes debieran administrar ese futuro.

Es obligación política articular, de inmediato, un esquema de solvencia institucional que supere ese pesimismo y aborde acciones inmediatas o devolverle la iniciativa política a ciudadanos y ciudadanas.

Sinceramente, no debemos creer que las necesidades de cada partido que revelan los sondeos electorales coincidan con las nuestras.

Que de proclamarse Vicepresidente a la dimisión de un cargo no nombrado y disposición al diálogo haya una caída en los sondeos no es, precisamente, muy tranquilizador. Tampoco lo son los vetos que se basan en aparentes fortalezas o incompatibilidades. Menos tranquilizan aún los que con un par de puntos de sondeo ya convocan a acabar con los socialistas, mediante pactos en elecciones anticipadas.

La ciudadanía necesita un cambio plural, equilibrado, con agenda que tenga que ver con las necesidades ciudadanas. Un programa de izquierda que debe ser capaz de organizar su compatibilidad no solo con elementos de regeneración democrática sino con  la pluralidad con la que la ciudadanía ha decidido articular el cambio.

Mestizaje y equilibrio. En dos palabras, eso es la vía valenciana

Libertad Martínez

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