Pedro Sánchez va a cumplir su palabra de intentarlo hasta la extenuación. Tras el desplante de Pablo Iglesias, que dejó sus exigencias en la reunión del jueves y, sin apenas tiempo para leerlas, se fue a ver a Puigdemont a Cataluña para confirmarle que su apoyo al referéndum sigue incólume, ahora se reunirán con el PP.
«Por nosotros que no quede», va a ser el lema con el que los socialistas pretenden llegar a la próxima campaña electoral. Corren el riesgo de ser vistos por los electores como ese juguete infantil que adopta formas aberrantes de tanto como su masa gelatinosa es capaz de ceder. Tal vez por eso se han visto obligados a explicar que su inicial «no, nunca, jamás» a hablar con los populares, torna en un encuentro: porque se les invitó a sumarse al acuerdo PSOE/Ciudadanos y quieren ver cómo respiran.
Pero el PP está crecido tras el fracaso del «gobierno del cambio». Los datos de las encuestas les son supuestamente favorables, por lo menos no pierden lo que temían por los sucesivos escándalos de corrupción que, en cualquier otro país de la UE, habrían mandado sus siglas al baúl del recuerdo. Sus sondeos, los propios, los que hacen desde la sede de Génova 13, contemplan la posibilidad de un gobierno con Ciudadanos. Rita Barberá está amortizada. Esperan que sus electores, que han vivido como un cataclismo el que Podemos rozara el poder, se taparán la nariz y volverán al redil.
desde la sede de Génova 13, contemplan la posibilidad de un gobierno con Ciudadanos.
Rajoy, y su inmovilismo de piedra berroqueña, parece haber vencido, con el apoyo inestimable de Pablo Iglesias. Por tanto la pregunta es: «¿para qué se reúnen?». Porque en las horas del desconcierto, cuando un pacto de izquierdas parecía posible y la derecha amenazaba con el apocalipsis, Soraya Sáenz de Santamaría llegó a decir que Rajoy quería ofrecerle a Sánchez una coalición de Gobierno.
¿Mantendrá el PP su propuesta ahora que ya ha pasado el peligro? ¿O va a aceptar el texto del acuerdo con Ciudadanos? Ese que, según Rajoy, desmontaba todas las «conquistas» de su legislatura, empezando por la reforma laboral. Parece muy, muy difícil. Del mismo modo que sería inaudito que Sánchez y Rivera, los dos, no exigieran al PP un cambio de candidato.
El que también está jugando con fuego es Pablo Iglesias. A Íñigo Errejón, convertido en sombra silenciosa, le quedan semanas para pasar a ocupar, junto a Carolina Bescansa, la fila de atrás de la comitiva que rodea al líder. Irene Montero le ha quitado el puesto de confianza y su estrategia ha descarrilado. Pero la imagen de Iglesias con Puigdemont, ratificándole su apoyo incondicional al referéndum, puede restarle muchos votos en el resto del Estado. Podemos intenta retener a sus «mareas» pero puede perder los electores que les llevaron al Congreso y convertirse en la alternativa «plurinacional» compitiendo con los nacionalistas.
Este último intento de negociación está llamado al fracaso, parece evidente, pero, al menos, nos enteraremos de lo que piensa el PP que, hasta ahora, se ha encerrado en el mutismo de la novia despechada.
Victoria Lafora