A José Manuel Soria se le acabó el tiempo de ministro por haber mentido. Por haber engañado al decir que no tenía vínculo alguno con empresas señaladas en los «papeles de Panamá» en las que aparecía su nombre. La publicación de documentos con su firma en papeles de una empresa registrada en Jersey (isla del Canal, paraíso fiscal), cuando ya era alcalde de Las Palmas, ha sido la puntilla. Más allá de elusiones fiscales difíciles de probar (los hechos se remontan a 2002), la dimisión es el resultado del fenomenal lío político en el que había metido al Gobierno en funciones a raíz de la más errática campaña de desmentido que se recuerda. Visto que los papeles que le relacionan con una empresa registrada en Panamá y en Bahamas y con otra en Jersey remiten a una época en la que no era ministro, en vez de negar, Soria podría haber reconocido los hechos aduciendo a su favor el mucho tiempo transcurrido. Por insolidario, habría sido igual de reprochable, porque insolidario es crear empresas «off shore» para evadir o aminorar impuestos -o delito si no se pone en conocimiento de la Hacienda española-, pero el recorrido político del caso podría haber sido otro. Habría tenido que dar muchas explicaciones pero quizás habría podido capear el temporal. Tenía el apoyo de Mariano Rajoy no solo en el conocido papel de esfinge del Presidente frente a este tipo de asuntos, en éste, además, en razón de la amistad personal que les une.
Amistad que en los últimos tiempos había alimentado la especie de que Rajoy podría haber diseñado relevos al frente del PP contando con Soria. Incluso se llegó a comentar que podría haber sido el «tapado» de Rajoy para liderar el partido. Nada de eso pasó del telar de las conjeturas pero en el aire quedó el polen de la idea y eso ha dado pie a determinadas informaciones que sugieren que la última evidencia, la que noqueaba a Soria (las pruebas que acreditan la existencia de la empresa en Jersey con formaban parte del lote de los llamados papeles de Panamá),tendrían algo que ver con una maniobra para abortar los supuestos planes de Rajoy para encumbrar a Soria. De momento lo único irrefutable es que Soria ocultó la existencia de esa empresa registrada en Jersey. Él mismo se anudó la soga al cuello creando un relato que en las sucesivas versiones cada vez era más contradictorio y en consecuencia más difícil de creer. Sorprende el extraño proceder de Soria, un político veterano que no podía ignorar que si en una circunstancia como la suya uno no dice la verdad u omite partes de la misma tiene todas las papeletas para ser pillado en falta. Y es entonces cuando haber faltado a la verdad -la mentira- pasa a ser el titular de la noticia. Un ministro no puede mentir. Si lo hace y le pillan, por decoro, debe dimitir. Eso es lo que ha hecho. Ahora, con arreglo a su propio decir -«asumiré responsabilidades cuando estemos ante un caso de corrupción que afecte a alguien nombrado directamente por mi»- es al ciudadano Mariano Rajoy a quien corresponde dar explicaciones. ¿Lo hará?
Fermín Bocos