O acabamos con la corrupción o la corrupción acaba con el sistema. Así de simple, así de dramático. Cuando no hay día sin escándalo ni escándalo sin político dentro, es que algo va mal. Funcionan los tribunales -jueces y fiscales-, y también la policía judicial, pero todavía no hemos conocido un solo caso en el que los dirigentes de un partido político hayan tomado la iniciativa denunciando a aquellos compañeros de partido que se han dejado corromper. Ni uno solo caso. Por lo general acontece justamente lo contrario, salen a la palestra para negar los hechos proclamando ser víctimas de conspiraciones tejidas por sus adversarios. Y cuando los hechos, por probados, acaban en sentencia condenatoria entonces les parece que con decir que tal o cual personaje ya no pertenece al partido, está todo resuelto. Sin una explicación, sin la menor asunción de responsabilidades políticas, sin el más mínimo gesto encaminado a pedir disculpas a los ciudadanos. Dimite José Manuel Soria por haber mentido ocultando su relación con empresas «off shore» registradas en Panamá, Bahamas y Jersey y el Presidente del Gobierno en funciones -que nombró y mantuvo a Soria a su lado en el Consejo de Ministros durante cuatro años- huye de los periodistas para no tener que dar una explicación ni de la dimisión de Soria ni de la de Torres Hurtado al frente de la alcaldía de Granada. Y no hay nadie, de pie, a su lado, que se atreva a reprochárselo. Que se atreva a decirle que España es una democracia y que en democracia los gobernantes están obligados a dar explicaciones por sus actos.
España es una democracia y que en democracia los gobernantes están obligados a dar explicaciones por sus actos.
Nada. Apoyándose en el servilismo de cuantos dependen de su voluntad para seguir viviendo de la política el ciudadano Mariano Rajoy intentará pasar de puntillas sin dar explicaciones sobre el caso Soria pese a haber dicho en su día que respondería de aquellos asuntos en los que el implicado fuera alguien nombrado directamente por él. A falta de una, a Soria le encomendó tres carteras: Industria, Energía y Turismo. Pues ni por ésas. Es costumbre de la casa el rehuir las explicaciones. Es maestro en el arte del escaqueo. Todavía se recuerda la meliflua fórmula empleada para justificar su relación con Luis Bárcenas (el tesorero repartidor de sobres) en una sesión del Senado convocada en plena canícula.
No basta con aprobar leyes contra la corrupción. Tácito dejó escrito que cuanto más corrupto es el Estado, más leyes tiene. Lo que falta es una mentalidad. La disposición a no pasar una cuando se trata de corrupción. Por desgracia no es esa la tendencia. Si no hay un periódico u otro medio que denuncie los casos de corrupción, los políticos del mismo partido se tapan unos a otros. La ristra de casos investigados por prevaricación o cohechos es interminable. En cambio, las denuncias procedentes de los partidos afectados por la obras corruptas de alguno de sus dirigentes son rareza. Y luego se llevan las manos a la cabeza por el auge de los populismos que prometen acabar con la corrupción.
Fermín Bocos