«Doy un paso al frente«, dijo Pedro Sánchez a los miembros del comité federal del PSOE este sábado, cosechando aplausos de los suyos. Quizá alguno no aplaudiera el conjunto de un discurso que al menos a quien suscribe le decepcionó por lo vacuo, por la ausencia de autocrítica. Era la primera intervención pública del secretario general socialista y líder de la oposición -si es que ese término se puede emplear en las actuales circunstancias- tras el desastre que ha supuesto la inminente repetición de las elecciones: ni una alusión a lo que ha ocurrido, más allá de los ataques a su derecha (PP) e izquierda (Podemos), sin una mención a Ciudadanos, aún aliado, aunque ya se avecine una campaña electoral que lanzará a todos contra todos. Nada dijo Sánchez acerca de sus propios posibles errores; al contrario, aseguró que el 20 de diciembre «entendí el mensaje». De manera que el mismo candidato, con el mismo mensaje, con la misma candidatura (excepto los casos 'sobrevenidos', a los que por supuesto tampoco recordó en su discurso ante el Comité), idéntica estrategia -echar al PP a la oposición- y algo diferente táctica -ya no es posible el acercamiento a Podemos, tras las cosas que de Iglesias y sus seguidores se han dicho-, el PSOE se lanza a las elecciones más comprometidas de su vida.
Pienso que el 'candidato Sánchez', a quien apoyé cuando se lanzó, con indudable valor y una pizca de osadía, al ruedo, ha servido para dinamizar la vida política. Pero también creo que se ha equivocado gravemente en muchas cosas. Entre otras, en que probablemente, pese a su proclamada fe «esta vez sí» en la victoria en las urnas, lo que haya hecho ha sido consolidar en el puesto a un Mariano Rajoy que debería, a mi entender, haber dado el famoso 'paso a un lado' para procurar un mínimo entendimiento con otras fuerzas. El 'no, no y no y qué parte de ese no no entiende, señor Rajoy' lanzado por Sánchez como un trompetero del Apocalipsis hizo que en el PP cerrasen filas en torno a la única persona que, por ahora, garantiza el mantenimiento de unas ciertas parcelas de poder a los 'populares'. En el otro lado, el intento de aferrarse a lo imposible -mira que todos se lo dijeron durante meses-, una alianza con el enloquecimiento de Pablo Iglesias, ha hecho perder a Sánchez tiempo, credibilidad y posibilidades de negociar con los 'populares' y con Ciudadanos una salida a una gran coalición reformista, incluso regeneracionista, y quizá con otro líder; una coalición que, aunque en el papel de vicepresidente, le hubiera dado a él, Sánchez, y a su partido, la mayor cuota de influencia.
Ni un recuerdo a las viejas ansias de reforma constitucional
Vemos que sigue empeñado en lo mismo: encabezar -pero ¿con quién más?- un Gobierno 'de progreso'. Y los suyos -quizá, como digo, haya alguna excepción- le aplauden en público. En privado, han comenzado las escaramuzas por determinados puestos en las listas, que Sánchez quiso inamovibles y que, con las defecciones -bastante afortunadas para él- de Chacón e Irene Lozano, con las exigencias de la 'lideresa' andaluza a favor del odiado Madina, habrán de experimentar algunos cambios, veremos cuántos y cuáles. Y no menos en privado, hemos escuchado también alguna crítica a algunas actuaciones del secretario general, que mantiene su huida hacia adelante. Con un ojo pendiente de las encuestas y el otro absorto en lo que puedan acordar Iglesias y Alberto Garzón, que consolida su imagen de político de una izquierda quizá algo antigua, pero no saltimbanqui como la que representan algunos sectores -me parece que no todos, afortunadamente- de Podemos.
Yo diría que a Sánchez le gusta el riesgo y es consciente de que solo así, incluso algo maniatado por quienes le aplauden en la sede de Ferraz, se puede lograr la permanencia en el cargo, que pienso que ya no el ascenso al sillón de La Moncloa. Pero no construye: ni acordarse siquiera de que ahora se celebra el 1 de mayo, fecha emblemática para la izquierda 'de antes' y que el inmovilismo de los sindicatos ha condenado a eso, a ser algo 'como de antes'. Ni un recuerdo a las viejas ansias de reforma constitucional, a un programa que anhele una democracia mejor para el país, que sirva para luchar eficazmente contra esa corrupción que tan genéricamente denuncia, a las reformas de la Justicia, de la Administración. Pasó como de puntillas por todos los males nacionales que se han evidenciado en estos cuatro meses y once días poselectorales que se han convertido en preelectorales. Nada, nada, sobre una campaña de corte nuevo, más limpia, tendiendo manos en lugar de hurtarlas a diestra y siniestra. Hubiese podido hacer un gran discurso, una radiografía crítica que me parece que el país esperaba, e hizo un parlamento de trámite, sin nada nuevo. Y lo peor: sin más esperanzas que el mero llamamiento a la victoria.
Una vez, en una columna que me dijo que había leído, escribí, rememorando algo que los suyos le dijeron a Zapatero: «Pedro, no nos falles… más». Ahora, tomando prestado a Neruda, puedo volver a escribir las frases más tristes esta noche. No, qué va, señor Sánchez: me parece que no entendió usted el mensaje de las urnas el 20-D. Y lo peor es que ya no sé si está a tiempo de cambiar el rumbo.
Fernando Jáuregui